Ocurrió una vez en un bello lugar del campo, que una Mamá Pata al esperar ansiosa y alegre a sus pequeños patitos, que siempre le salían preciosos, encontró un último huevo grande y muy extraño, que parecía no quererse abrir. Muy extrañada, Mamá Pata y sus pequeños patitos recién nacidos, observaron y observaron al huevo en espera de algún movimiento, hasta que al fin ocurrió.
Y de aquel gran cascarón que Mamá Pata ni siquiera recordaba esperar, finalmente salió un patito de extraño plumaje, completamente distinto a los demás. Perpleja, Mamá Pata contemplaba a aquel pequeño mientras él se aproximaba a su mamá y a sus hermanos con movimientos absolutamente torpes.
¡Sólo puede ser un error! – se decía Mamá Pata. ¡En nada se parece al resto de mis crías!
Y una vez que el patito de pelaje extraño se situó frente a Mamá Pata, ésta le retiró la mirada, negándole así el calor que el pequeño necesitaba. Nadie parecía quererle, tan distinto que era a su familia, de manera que aquel pobre pato al que habían apodado el Feo, decidió al día siguiente abandonar su hogar y emprender un nuevo camino.
En busca de una familia que se le pareciera, el pobre patito se encontró con una mujer que le condujo a su casa. Allí pudo conocer a otros animales y comió muy bien. Tanto…que pronto se advirtió del peligro que le acechaba en casa de aquella anciana, que no había querido ayudarle, sino que procuraba engordarle y cenársele por Navidad.
De nuevo, y aunque ya había llegado el invierno, el patito de pelaje extraño escapó. Las fuertes heladas retrasaban su camino y languidecían al pobre animal, hasta que un hombre que paseaba le encontró desvanecido sobre el blanco de la nieve y decidió llevarlo consigo a su hogar. ¡Qué felicidad reinaba en aquella casa! Y, ¡qué cariño profesó aquella familia al pobre patito feo!
Sin embargo, una vez recuperado de salud, el hombre que le había recogido y cuidado, consideró que debían liberarlo de nuevo y llevarlo a su verdadero hogar: el campo. Y así, llegada y florida la primavera, depositaron al pato en un precioso y tranquilo estanque.
Los días resultaban armoniosos y cálidos en aquel lugar, y ya nadie parecía atosigar al patito feo. Paseaba tan tranquilo por aquellas aguas, que casi parecía haber olvidado todo lo malo. Hasta que una tarde plácida, al observar el fondo del cristalino estanque, el patito pudo ver su imagen reflejada por vez primera. Había crecido mucho. Su plumaje ahora brillaba como el de aquellos cisnes que le acompañaban cada día en el estanque. Muy contrariado, el patito de pelaje extraño decidió preguntar:
¿Por qué nadáis en este estanque en compañía de un vulgar pato tan feo como yo?–exclamó.
Los cisnes quedaron boquiabiertos ante aquella pregunta, y el más viejo le respondió:
¿Acaso no te ves, hermano mío? No solo eres un cisne, sino que además, eres uno de los más bellos que mis ojos han visto nunca.
Y así fue como al fin en su hogar, el Cisne comprendió porque no había sido nunca el Pato más raro y feo… ¡Qué felicidad sintió!