Érase una vez un mercader que tenía varias hijas. De todas ellas la que más brillaba era la hija más pequeña, que además de bella tenía el corazón enormemente noble. A diferencia de las demás, jamás solicitaba a su padre ningún objeto ni mercancía de ninguno de los lugares lejanos que visitaba, y se conformaba con esperarle y verle de vuelta sano y salvo. Sin embargo, ante la insistencia de su adorado padre, Bella (que así la llamaban) decidió pedirle una humilde rosa en su último viaje.
De este modo, todo se sucedía con tranquilidad mientras las hijas del mercader esperaban una vez más la llegada de su padre. Pero nada ocurrió como de costumbre, y el mercader a su regreso, se vio envuelto en una fuerte tormenta que le desviaba una y otra vez del camino. Presuroso, corrió junto a su caballo en busca de algún refugio que pudiese apaciguarle de la lluvia y del aire gélido que le calaba los huesos. Y así, casi sin saber cómo había llegado, ni dónde estaba, el mercader de pronto se encontró frente a la gran puerta de un extraño castillo.
Cansado, y al ver que nadie le escuchaba ni abría la puerta, decidió adentrarse en él. La puerta se encontraba abierta, y tras ella, todo parecía perfectamente dispuesto: la mesa iluminada y repleta de comida para cenar; las habitaciones ambientadas con leña fresca y colchones bien mullidos…Y el mercader no pudo resistirse a todos aquellos placeres, tan hambriento y fatigado como estaba. De modo que cenó, durmió caliente, e incluso desayunó mientras seguía sin responder nadie a sus llamadas ni recibirle en ninguna estancia. Repuesto, el mercader salió al jardín con la esperanza de encontrar al fin al dueño de aquella casa, y poder agradecerle así antes de su partida tantísima hospitalidad. Pero también el jardín se encontraba vacío y silencioso, de manera que el mercader decidió volver a casa.
Justo cuando estaba a punto de salir de aquel extraño lugar, el mercader recordó la petición de su joven hija Bella, casi hipnotizado por el fuerte y maravilloso perfume que desprendían los rosales de aquel jardín. Eligió la rosa que más resaltaba y brillaba de todas y la cortó. En aquel momento, la tranquilidad y el silencio del jardín se vieron interrumpidos por una gran fiera que se lanzó sobre el mercader, atacándole con amenazas e insultos por no haberse comportado como un buen y agradecido invitado, robándole las flores de su jardín.
El pobre mercader intentó explicarse, hablándole a aquella Bestia de su hija pequeña y de su humilde promesa. Sin embargo, las palabras del mercader no ablandaban a la Bestia que quería encerrar al mercader para siempre en su castillo como castigo.
– Te perdonaré la vida si en tu lugar, traes a tu hija Bella para que me acompañe en el castillo.
El mercader, tras aquella horrible propuesta, acudió a casa nervioso y muy asustado. Una vez en casa y más tranquilo, el mercader pudo relatar todo lo que había sucedido a sus hijas, y Bella, serenándole con un beso, le dijo:
– No te preocupes, padre mío, que yo volveré al castillo en tu lugar.
Y así fue como Bella terminó llegando al castillo, al igual que lo había hecho su padre. En él, fue recibida por una extraña Bestia, que al contrario de lo que había relatado su padre, se mostraba amable, delicada y muy galante. Rodeada de una más que apacible tranquilidad, Bella fue pasando en el castillo los días mientras bordaba, leía historias o charlaba animosamente con la Bestia. Pero pronto empezó a echar de menos a su familia y a preocuparse por ellos, reflejándose en su rostro una tristeza que la Bestia, a pesar de sus buenos modales, no podía remediar. Decidió entonces regalar a Bella un espejo mágico en el cual pudiese ver siempre a los suyos y no preocuparse por ellos más. Cuando de pronto, una noche Bella vio reflejado en el espejo a su padre cansado y enfermo.
La pobre Bella, cuyo corazón era bueno y amaba a los demás, sintió la necesidad de acompañar a su padre y de marchar, a pesar de su promesa con la Bestia.
– ¡Desearía tanto ver a mi padre, aunque sea por última vez!- exclamó la joven apenada.
La Bestia, conmovida, permitió a marchar a Bella con la condición de su regreso al cabo de unos días. Pero pasaron días y también semanas, y Bella no volvía junto a la Bestia, tan a gusto como se encontraba al lado de su padre y de sus hermanas. Poco a poco, sin embargo, y cada vez con más fuerza, Bella recordaba a aquella extraña Bestia que había salvado a su padre y que tan bien se había portado con ella.
Y así fue como Bella decidió volver finalmente al castillo para continuar con el cumplimiento de su promesa dando compañía a la Bestia, a la cual encontró desplomada y agonizante a su llegada en el jardín:
– ¡No te mueras por favor! Has sido tan bueno conmigo…No te volveré a dejar solo y me casaré contigo – exclamó llorosa y preocupada la joven Bella.
Tras aquellas palabras un halo mágico envolvió a la Bestia, que poco a poco fue perdiendo sus garras, su pelo, sus dientes…hasta convertirse en un hermoso y joven príncipe, que tan solo había sido víctima de un hechizo. Un hechizo, que solo podía romper el amor puro de un alma noble…
Celebrada la boda, el joven príncipe inundó el jardín de rosas en honor a Bella, a las que superaba en belleza de rostro y corazón.