Hace muchos años, en un lejano país. Un hechicero, uno de los más malvados de todos los tiempos, se acercó a un joven muchacho, llamado Aladino, prometiéndole tesoros inmensos.
El hechicero se adentró junto con Aladino en lo más profundo del desierto, conduciéndole hacía una cueva gran cueva, y le dijo:
– Ahí dentro, hay un tesoro para ti. Pero no toques nada hasta darme una pequeña lámpara dorada que encontrarás al final de la cueva.
Aladino aceptó la oferta del hechicero y entro, pero no podía creer lo que veían sus ojos. Ni en sueños podía haber imaginado tesoros como aquellos, montañas de oro, miles de diamantes, perlas… El joven muchacho llego hasta el fondo de la cueva sin tocar nada, encontrando la preciada lámpara. Ya volvía con ella cuando su mono Abu, un pequeño e inseparable compañero suyo, no pudo resistir la tentación de coger una joya de la cámara. En ese mismo instante, la cueva comenzó a cerrarse. Aladino tuvo el tiempo justo para subirse en una alfombra mágica que encontró por el camino y salir volando hasta llegar a la entrada de la cueva.
– ¡Ayúdeme, buen hombre! – suplicó Aladino.
– ¡Primero dame la lámpara! – contestó el hechicero.
Entonces sonó un horrible trueno, y la cueva se cerró enterrando al joven Aladino en su interior.
-¿Por qué querría ese tipo una lámpara tan vieja y sucia? – se preguntaba Aladino.
El muchacho la frotó para limpiarla, y de su interior salió un gigante azul.
– ¿Quién eres tú? – preguntó sorprendido Aladino.
– Soy el genio de la lámpara. Pídeme tres deseos y te los concederé.
Aladino, aturdido, le pidió salir de la cueva. No paso ni un segundo cuando el genio hizo realidad su deseo, saliendo todos al exterior de la cueva donde estaban presos por la arena del desierto.
Entonces Aladino se acordó de la bella hija del rey, de quién hacía tiempo estaba enamorado y pidió un segundo deseo.
– ¡Quiero ser un príncipe!, para conquistar a la princesa.
El genio vistió a Aladino con un atuendo digno de un príncipe, cubriéndole de riquezas y sirvientes. El genio le preparó además una gran carroza y muchos presentes llevándole al palacio por las calles de la ciudad. Al entrar al palacio, Aladino vio al sultán y a su hermosa hija.
– Majestad, vengo a pedir la mano de su hija- dijo Aladino.
– ¡Encantado, de tener por yerno a un príncipe tan poderoso! – contestó el sultán.
La princesa estaba disgustada al saber que su padre quería casarla con un príncipe totalmente desconocido para ella por lo que volvió a su habitación.
Aquella noche, Aladino invitó a la princesa a un largo paseo sobre la alfombra mágica. Esa misma noche la princesa fue descubriendo el gran corazón que tenía Aladino y comenzó a sentir un profundo sentimiento de amor hacía él. Al terminar la noche, Aladino comprendió que ya tenía todo lo que deseaba por lo que regaló la lámpara mágica a la princesa sin mencionarle el poder que poseía.
Entretanto, el malvado hechicero, quiso nuevamente recuperar la lámpara mágica, y se disfrazó de mercader.
– ¡Cambio lámparas por preciosos regalos para príncipes! – gritaba sin cesar.
Y la princesa que desconocía el poder de la lámpara, fue a cambiarla por un regalo para Aladino. El hechicero frotó la lámpara, y apareció el genio, al que pidió que le convirtiera en otro genio.
El malvado genio, quiso apoderarse de la princesa y de cuanto la rodeaba, pero Aladino que consiguió nuevamente la lámpara lo impidió. El astuto muchacho acercó la lámpara al genio diciendo:
– ¿Acaso no es la lámpara la casa de un genio?
En poco tiempo el malvado genio fue absorbido y todo volvió a la normalidad. La bella princesa y Aladino se casaron y vivieron siempre enamorados y felices, sin usar nunca más la lámpara mágica y habiendo dejado en libertad al genio que les unió.