Hubo una vez tres hermanos cerditos, que decidieron abandonar el hogar familiar un verano, en busca de aventuras y juegos por el bosque. Sin embargo, cuando se aproximaba el otoño y su aire frío, amenazador de invierno, decidieron poner fin a su viaje de aventuras y asentarse en un único lugar construyendo un hogar donde refugiarse.
El cerdito más perezoso construyó una casa de paja, deseoso como estaba de terminar su construcción y de volver a los juegos de siempre:
¡Es demasiado frágil! – Le dijeron sus hermanos…a los que no escuchó.
El segundo cerdito, algo menos perezoso pero igual de testarudo, decidió construir la suya con tablas de madera, y tras unos martillazos finalizó la casa en dos días, deseoso también de diversión y juegos.
El tercer cerdito, por el contrario, que era muy sabio, decidió olvidar el juego durante un tiempo a cambio de obtener con el trabajo de sus propias manos, una casa muy fuerte y duradera. Y así, ladrillo a ladrillo como un albañil, el tercer cerdito fue terminando su casa mientras sus hermanos se burlaban de él por no querer ya jugar con ellos.
Días después, unas grandes huellas sobre el terreno, avisaron a los cerditos del posible ataque de un lobo feroz y se refugiaron asustados en sus respectivas casas. Una vez allí el temido lobo, enfurecido y hambriento, se situó frente a la casa de paja gritando al pobre cerdito perezoso que se le iba a comer:
¡Sal cerdito! ¡Solo quiero hablarte!- Exclamó el lobo con la boca hecha agua.
Y tras la negativa del cerdito, el lobo hinchó sus pulmones de aire y sopló frente a la humilde casa de paja, que se desmoronó por completo, dejando desprotegido al cerdito que corrió, antes de que el lobo se percatase, hacia la casa más próxima: la de madera. Enfurecido el lobo al ver que había escapado el cerdito, se dirigió hacia la casa de madera y de nuevo dirigió una llamada a su interior mientras golpeaba la puerta con sus peludas y fieras pezuñas:
¡Abrid cerditos! ¡Sólo quiero hablaros!
Los dos hermanos cerditos refugiados en el interior de la casa de madera, se apoyaban contra la puerta haciendo fuerza y lloraban aterrados de miedo, cuando el lobo de nuevo llenó de aire sus pulmones y lanzó un soplido tan, tan grande, que hizo desplomar cada una de las tablas de madera que sostenían aquel hogar. El cerdito más sabio, que había observado la desgracia de sus hermanos desde una de las ventanas de su fuerte y sólido hogar, abrió rápidamente su puerta para acoger a sus hermanos y librarles de las zarpas del lobo feroz.
Ya en la tercera casa, los tres cerditos se sintieron más seguros y sosegados. El lobo una vez más se situó frente a la puerta y comenzó a soplar, pero la resistente casa construida por el cerdito sabio ni siquiera se inmutaba. Consternado y cada vez más hambriento, el lobo decidió colarse entonces por el hueco de la chimenea que poseía el hogar.
¡Corred! ¡Encendamos el fuego! – Exclamó el cerdito sabio, consciente del nuevo plan urdido por el lobo.
Y de este modo, cuando el lobo por fin consiguió adentrarse por el conducto estrecho de la chimenea, cayó sobre el fuego ardiente del hogar prendido por los tres cerditos. Éstos, reían y reían observando la cola humeante del desdichado lobo, que había echado a correr adentrándose en el bosque sin mirar atrás. Desde aquel día los tres hermanos cerditos fueron muy felices, y todos decidieron dejar la pereza a un lado, y trabajar duro para vivir así tranquilos ante cualquier adversidad.
Desde lejos observaba el lobo las sólidas y grandes casas construidas ya por los tres cerditos y sus enormes chimeneas, y se rumorea que no se atrevió a volver por allí nunca jamás.