El tren del circo, lleno de animales, payasos y acróbatas, viajaba a través del campo. La locomotora iba delante resoplando y arrastrando a los vagones. En cada ciudad por donde pasaban, el circo daba un gran espectáculo.
Era primavera y las mamás animales esperaban el acontecimiento más importante del año: la llegada de las cigüeñas que iban a traer a los bebés. Miraban anhelantes al cielo, y finalmente una cigüeña entregó un paquete a una joven mamá elefante. La señora Jumbo desenvolvió su envío y los demás elefantes lo rodearon diciendo:
– ¡Qué bebé tan lindo! ¡Qué rico es!
De pronto, el bebé hizo una mueca y estornudó. Con el estornudo desplegó las orejas y todos vieron que eran muy grandes. Los elefantes empezaron a burlarse:
– ¡Qué enormes orejas! – ¡Parece un barco de vela! – Déjeme que las toque. ¿Serán de verdad?
A la señora Jumbo no le gustaron las bromas y gritó:
– ¡Aparten sus trompas de mi bebé! ¡No quiero que se metan con él!
El elefantito empezó a llorar, pero la señora Jumbo lo acercó a su cuello, acariciándolo con la trompa.
– Vas a llamarte Dumbo, le dijo.
Al día siguiente, el tren paró en una ciudad, donde los elefantes ayudaron a armar el circo. Hasta el pequeño Dumbo trabajó al lado de su madre. Por la tarde todos desfilaron por la calle principal. El primero iba el director del circo; a su lado, dos payasos; después venían los camellos, leones y tigres, y cerrando el desfile iban los elefantes, con Dumbo al final.
EL pequeño estaba tan emocionado que tropezó con sus orejas. Unos chicos traviesos empezaron a tirarle de ellas, riéndose a carcajadas y burlándose.
– ¡Con esas orejas no te mojarás en días de lluvia!
La señora Jumbo se enfureció, llenó la trompa de agua y dio un baño a los chavales. Como eso no había ocurrido nunca antes, todos pensaron que se había vuelto loca. El director del circo mandó encerrar a la señora Jumbo en un vagón con barrotes. El pobre Dumbo se quedó fuera llorando, solito y asustado.
Los demás elefantes comentaban el suceso, echando la culpa a Dumbo. Decían que su madre estaba presa por su causa.
– ¡Tú no eres un elefante, eres un monstruo!
El ratoncito Timoteo apareció para defender al pequeño y los elefantes huyeron debido al miedo que tenían a los ratones, en ese momento Timoteo y Dumbo se hicieron grandes amigos. Al siguiente día, el director del circo decidió que Dumbo trabajara en el número de los payasos. Montaron en la pista una gran casa de papel, en donde Dumbo tenía que saltar a través del fuego para caer en la lona de los bomberos pero, al realizar el salto, cayó de mala manera y la gente se rió a carcajadas. El pequeño, después del espectáculo, estaba muy dolorido por lo sucedido, Timoteo al verle en ese estado le dio tanta lástima que tuvo una gran idea:
-Tus orejas parecen alas. Tú puedes volar. ¡Vamos, empieza a agitar las orejas, arriba, abajo!
-¡Pero los elefantes no vuelan!, protestó Dumbo. -Ese es su problema, respondió Timoteo. ¿Te acuerdas que te decían que tú no eras un elefante? Tú volarás. Vamos a entrenarte al campo. ¡Date prisa!
Dumbo se animó mucho y siguió a Timoteo hasta un barranco, donde empezaron el entrenamiento. Timoteo mandó a Dumbo que saltara, agitando las orejas como si fuesen alas pero no se atrevía a saltar solo por lo que Timoteo se subió en su sombrero. Con su amigo acompañándole se armó de valor y realizó un espectacular salto, moviendo las alas, pero cayó en plancha al suelo.
Dumbo y Timoteo probaron muchas veces. Saltaba al barranco, movía las orejas, pero siempre se estrellaba con el suelo. No conseguía volar.
Al acabar el entrenamiento los dos estaban tan cansados que se quedaron a dormir allí mismo. Durante la noche, el pequeño elefantito soñaba que planeaba en el aire, volando ligero y ágil como un pajarito hasta que a la mañana siguiente, cuando Timoteo despertó, vio enfrente a cuatro cuervos.
– ¿Dónde estoy?, preguntó restregándose los ojos. – Está usted en la copa de un árbol. Y ahora explíquenos cómo usted y ese elefante han conseguido subir aquí, dijeron los cuervos admirados.
Timoteo se quedó atónito. ¡Era verdad!¡Estaban en la copa de un árbol!
– ¡Despierta, Dumbo, despierta!, gritó Timoteo muy excitado. ¡Serás famoso! ¡Puedes volar!
Dumbo despertó, y sólo de pensar que había volado dormido, se sintió aturdido.
– Vamos, Dumbo, inténtalo ahora. Vamos a volar de aquí hasta abajo, dijo Timoteo.
Dumbo se lanzó al aire, pero cayó en un charco de agua que había debajo. Se levantó medio atontado, todo sucio y mojado. Los cuervos se rieron:
– ¡Ja,ja,ja!¡Lo que faltaba!¡Que los elefantes volasen!
Timoteo se encaró con ellos:
-¡Ustedes no tienen corazón! ¡Burlarse de un pobrecillo que nació con orejas como alas!
Los cuervos pidieron disculpas y prometieron enseñar al pequeño elefante a volar.
– Toma esta pluma mágica, dijo el cuervo. Ella te hará volar. Nuestros pajarillos aprenden con ella.
Dumbo tomó la pluma mágica con la trompa y cogió confianza. Agritó las orejas y empezó a volar.
-¡Viva!¡Estas volando!, exclamó Timoteo muy contento, acomodado en el sombrero de Dumbo. -¡Vamos a darle un diploma de elefante volador!, dijeron los cuervos, entusiasmados con el alumno.
Dumbo se entrenó bastante y aprendió muchos trucos. Después, regresó al circo. Timoteo, como siempre, iba escondido en el ala de su sombrero.
Aquella noche, una vez más, Dumbo tenía que saltar de la casa en llamas. Pero todo fue diferente: ¡salió volando! El público aplaudió entusiasmado. Todos estaban admirados de ver un elefante volador, pero en un pequeño instante mientras volaba perdió la pluma mágica y empezó a caer.
– ¡Puedes volar sin ella, Dumbo! ¡Continúa batiendo las orejas!, ordenó Timoteo.
Dumbo obedeció y subió de nuevo con el aire. La gente aplaudía y gritaba:
– ¡Viva, Dumbo, el elefante volador! ¡Viva!.
Nuestro amigo se hizo tan famoso que el circo pasó a llamarse con su nombre. Su madre fue liberada y le dieron un vagón especial, muy bonito, al final del tren, desde el que podía ver a su hijito volar cuando viajaba.