Hace muchos años existía un pueblo muy hermoso y bello que se llamaba Hamelín, en el que una mañana sucedió algo muy extraño… Cuando los habitantes salieron de sus casas se encontraron las calles pobladas de ratones que roían todo lo que se encontraban a su alcance.
Por más ratoneras que colocaban los habitantes no los eliminaban, al contrario…, ¡parecían aumentar! Y es que la presencia de los ratones era tal que hasta asustaba a los gatos.
Ante la invasión, el alcalde de Hamelín convocó una reunión con el fin de poder encontrar una solución al problema junto a todos los pobladores. Todos discutían, pero nadie daba con una solución, hasta que el alcalde dijo:
—Tenemos cien monedas de oro que daremos a quien nos libere de los ratones.
Toda la gente aplaudió la idea y se retiraron contentos, pegando carteles por la ciudad y alrededores en los que se leía: «Cien monedas de oro a quien acabe con la plaga de ratones en Hamelin».
Un día, un hombre alto, delgado, vestido de negro, con un sombrero de punta, y que llevaba consigo una flauta, mirando el letrero se dijo: «La recompensa de Hamelín va a ser mía. ¡Esta noche limpiaré Hamelín de la plaga de ratones!». Así, cogió su flauta y comenzó a tocar mientras caminaba por las calles. Era tan melodiosa su música que los ratones acudían unos detrás de otros persiguiendo al músico, al son de su flauta dulce.
Los vecinos observaban asombrados cómo el flautista se alejaba del pueblo acompañado de un séquito de ratones. Llegados a un río, el flautista lo cruzó sin dejar de tocar su flauta. Los ratones, por su parte, que no dejaban de seguirle, no pudieron cruzar el río, siendo llevados por el caudal del agua.
De este modo, los habitantes, felices por haberse deshecho de los molestos ratones, celebraron con música y baile la noticia durante toda la noche, y poco después el flautista acudió a ver al alcalde para reclamar su recompensa. Sin embargo, y como ya no había ratones, el alcalde no le hizo caso y le echó de su oficina diciendo:
—Márchate de la ciudad. O, ¿acaso piensas que te vamos a dar tanto oro por tocar una simple flauta?
Y el flautista, muy molesto, prometió vengarse. Así, tocó una melodía mucho más dulce que la anterior, pero esta vez quienes le seguían no eran ratones, sino los niños de Hamelín, que salían de sus casas atraídos por la mágica música del extraño flautista. Dejaban sus juegos para acompañar al músico y hasta los más pequeños dejaban sus cunas. ¡Todos iban detrás del flautista!
Y al poco llegaron a una gran montaña y, con una seña, esta se abrió mostrando un mundo lleno de juegos, dulces y felicidad eterna. Todos los niños corrieron, y cuando estuvieron dentro la montaña, esta se cerró atrapando a todos menos a uno, que usaba muletas y al caminar más lento se había quedado rezagado del resto. Aquel niño, al ver cómo desaparecían todos, se escondió y esperó a que el flautista se fuera. Tras esto, el niño regresó a Hamelín y contó todo lo ocurrido a los adultos y el pueblo acudió a la montaña con palas y picos intentando abrirla, pero por más esfuerzo que hicieron no lo lograron.
Todos se sintieron muy tristes entonces y se arrepintieron de lo lindo de engañar al flautista. Y Hamelín se volvió un pueblo muy triste y silencioso en el que, por más que se buscase, nunca molestaba una rata ni se podía ver a un solo niño.