Existió en otro tiempo un pobre león que creía ser un cordero. Por más pruebas que su físico le daba, no atenía a razones, ni podía creer que fuese un león. Pero no se trataba de cabezonería o de locura, sino de un grave error cometido por la cigüeña encargada de aterrizarle durante su nacimiento. Aquella noche, la cigüeña se encontraba realizando entregas de bebés corderos para sus mamás ovejas. Terminado el reparto, todas las mamás corrieron hacia los corderitos buscando el suyo, y una vez se marcharon, la cigüeña observó que se habían dejado a uno. Consternada, decidió abrir la mantita que cubría al corderito abandonado, y atónita exclamó:
¡Es un león! ¡Cómo he podido equivocarme!
Revisó la cigüeña el cuaderno en el que anotaba cada uno de los deseos y encargos de nacimiento y comprendió el error: «Doña Leona Leoncia Pérez me ha encargado un hijo. Se lo llevaré hoy tras el reparto de los corderitos», decía la nota.
Pero cuando la cigüeña dio un paso atrás para coger al leoncito y devolverle a su hogar, observó como una mamá oveja se había colocado sobre sus lomos para darle calor, decidida como estaba a adoptarle. La cigüeña procuró explicarle a la oveja el error que había habido en el reparto, pero la oveja no quiso escucharle embistiendo fuertemente a la cigüeña.
¡Bueno, bueno! Pues quédese con él si es lo que desea- Exclamó la cigüeña enojada y confundida.
Y así fue como comenzó la historia de aquel león que se creía cordero en un rebaño. A pesar de todo el leoncito lo pasaba de miedo jugando con sus primos, pero lo cierto es que en aquellas tardes de juego muchas veces había lágrimas, debidas a que el pobre leoncito era el único del rebaño que no sabía embestir, provocando en consecuencia la risa de todos sus familiares y amigos. ¡Qué triste le ponía no saber embestir como los demás!
Pasado el tiempo, todos los corderitos crecieron y el leoncito también. ¡Era el mayor carnero del mundo! ¡Qué orgullosa estaba su mamá! Sin embargo, el rebaño cada vez estaba más extrañado de aquella situación, a la que ahora se sumaba el no saber balar. El león se había convertido sin entenderlo en la víctima de todos los golpes y de todas las carcajadas de los corderos.
Y así sucedió hasta que, una noche, un lobo hambriento se presentó ante el rebaño. Asustado por los ruidos el león se escondió tras su madre. Pero los ruidos no cesaron y el lobo se presentó ante sus propios bigotes amenazando a su madre con comérsela.
¡Socorro! ¡El lobo me va a devorar!- Gritaba su madre aterrada.
Fue entonces cuando el alma de aquel león surgió feroz, persiguiendo al lobo con todas sus fuerzas. Corrieron y corrieron hasta que ambos, lobo y león, terminaron al borde de un gran abismo; abismo que el lobo no pudo esquivar temeroso como estaba de los grandes rugidos que le dirigía el león.
Nadie volvió a burlarse de él después de aquél suceso, convirtiéndose en el héroe del rebaño. Sin duda era el carnero más valiente del mundo; un león que se creía carnero, y que fue feliz creyéndolo para siempre desde entonces.