En cierta ocasión, existieron dos hermanitos que tenían la desgracia de vivir sin madre ni padre, en compañía tan solo de una extraña y desagradable niñera. Una noche, los hermanos decidieron escaparse de la casa en la que vivían en busca de una vida mejor, hartos como estaban de aguantar los reproches y enfados de aquella mujer.
¡Vámonos, hermanito! ¡Y no temas, que todo saldrá bien! – dijo la niña cariñosamente dirigiéndose al pequeño.
Cuando la niñera de los hermanitos se dio cuenta de que habían escapado decidió, con ayuda de sus poderes, realizar un encantamiento sobre todas las fuentes y riachuelos del bosque, sabedora de que los niños en su fuga se verían obligados a beber. «Cuando hayan bebido se convertirán en fieros animales salvajes y desearán no haberme abandonado», pensó la niñera, cuya verdadera identidad se aproximaba más a la brujería y el mundo de los hechizos.
Casualmente, un conejito que paseaba por las cercanías de aquella casa, escuchó el malvado plan de la niñera, y ni corto ni perezoso emprendió de nuevo el camino hacia el bosque en busca de los pequeños para poder prevenirles.
¡No bebáis agua de las fuentes ni riachuelos del bosque!- gritó el conejo exhausto por la rapidez con la cual había realizado el camino.
Pero era demasiado tarde y el niño, no pudiendo aguantar la sed que le había producido el camino, ya había bebido de una irresistible fuente de agua cristalina, convirtiéndose tras ello en un precioso y bonachón cervatillo ante la sorpresa de su inseparable hermana.
¡Oh, es terrible!- se lamentó la niña-. Ahora tendrás que irte de mi lado para siempre y no podremos estar juntos. No temas, hermana mía, que pase lo que pase jamás me separaré de ti- respondió el niño convertido ahora en cervatillo.
Y tras esto, estuvieron los pequeños viviendo en una cabaña abandonada del bosque durante varios meses. Hasta que un día, el cervatillo escuchó pasos y voces extrañas en las cercanías de la cabaña, y poco después, casi frente a sus ojos, observó a una entrañable y dulce pareja que parecía tener noticas de la presencia de su hermana en la cabaña, a la cual se dirigían.
¡Es una niña! – exclamó la mujer del matrimonio asombrada.
Y tras prepararle un chocolate caliente, la niña confesó a la pareja su situación.
Al cabo de un tiempo, la niña era casi completamente feliz al lado de aquellos nuevos padres que se deshacían en bondad con ella. Sin embargo, la felicidad de la pequeña no era plena, ya que sufría terriblemente por la ausencia de su hermano. Su hermano, por su parte, bajo el juramento de no abandonarla jamás, merodeaba a diario por las cercanías de la casa de campo de sus nuevos padres, y jugaba con los animales que vivían por allí.
Pero la malvada niñera, que tampoco le había perdido el rastro a la muchacha, decidió convertirse en pájaro para atrapar a la niña y acabar con su bienestar y su nueva felicidad:
¡Ja, ja, ja, ja!- exclamó- ¡Te encerraré en una cueva en la cual tus padres no te encontrarán jamás!
El cervatillo, que fue testigo de aquella terrible crueldad, persiguió al pájaro hasta la cueva, de la cual sacaría a su hermana un día después en compañía de sus amistades del bosque. La niñera, preparada para atacar de nuevo contra los hermanos, fue a parar por error al salto de un río, y nada más se supo de ella, salvo que fue arrastrada muy lejos por la fuerte corriente del caudal.
Al desaparecer la hechicera, el cervatillo se convirtió otra vez en niño y pudo volver al lado de su hermana y de sus nuevos padres, que se emocionaron mucho con la llegada de un nuevo miembro a su hogar.
¡Ahora sí que soy completamente feliz! – exclamó la niña abrazándose efusivamente a su hermanito.
Y sus padres también lo fueron, ya que se dice que aquellos niños, eran los más buenos del mundo.