Hace muchos, muchos años, el monarca de un reino muy, muy lejano, decidió visitar sus dominios y así conocer mejor a sus súbditos…Uno de aquellos súbditos era un molinero que vivía solo con su hermosa hija. Tan hermosa era, que el rey rápidamente se fijó en su belleza. Así, el monarca le preguntó por ella y, para darse importancia, el molinero mintió diciendo: «Mi hija no solo es hermosa, majestad, sino que también puede convertir la paja en oro al hilarla con una rueca».
Al escuchar esto el rey no dudó en llevársela consigo al castillo. ¡Qué dichosa iba a ser la hija del molinero! Pero lo cierto es que su dicha poco le duró, porque el rey la encerró en una habitación llena de paja con una rueca en el centro, diciendo: «Tienes hasta el amanecer para demostrarme que aquello que ha dicho tu padre es cierto, o de lo contrario serás desterrada por haber engañado a tu rey».
La chica entonces rompió a llorar, pues su padre había mentido al rey y no sabía por qué. ¡Ella no podría jamás convertir la paja en oro! Entonces, a la joven se le apareció un enano, algo extravagante y muy saltarín, que parecía haber llegado ahí por arte de magia. El enano le ofreció entonces convertir toda aquella paja en oro, a cambio de un collar que llevaba puesto.
La joven no dudó en entregárselo, por lo que el enano rápidamente empezó a trabajar convirtiendo toda aquella paja en oro hilándola con la rueca. Así, y en un abrir y cerrar de ojos, la paja desapareció quedando una habitación brillante como el sol, de tanto oro que había. A la mañana siguiente el rey estaba maravillado pero, lejos de haberse salvado, la joven se metió en un embrollo aún mayor…«Veamos si puedes hacer lo mismo en esta habitación—dijo el rey encerrándola en una habitación aun más grande, llena hasta los topes de paja».
La hija del molinero de nuevo lloró desconsolada, hasta que por arte de magia, como la noche anterior, volvió a aparecer el enano. Esta vez la chica le dio su sortija, que era un regalo de su madre que había fallecido cuando era niña. Pero es que todo lo que deseaba era salvarse, por lo que no tuvo más remedio. Y así fue como el enano, de nuevo, y tras unos extravagantes bailes, hiló la paja hasta que el cuarto brilló como el fuego en medio de la noche más oscura.
Pero el rey era muy codicioso, así que, al ver tanto oro, dijo: «Esta vez te encerraré en la habitación más grande del castillo, llena hasta los topes también de paja, y si logras repetir la hazaña que has hecho estas dos últimas noches, entonces te casarás conmigo».Ya no le importaba al monarca que se tratara de la simple hija de un molinero, pues si convertía toda aquella paja en oro, nadie más podría ofrecerle algo mejor…y de nuevo apareció el enano saltarín, pero la joven ya no tenía nada que ofrecerle:
—Tienes que darme algo a cambio de mis servicios o no te ayudaré y el rey te desterrará —dijo el enano.
—Pues no tengo nada más que ofrecerte… —dijo la muchacha echándose a llorar y creyéndose perdida.
—Entonces, en ese caso, cuando nazca tu primer hijo me lo darás.
Y la joven no tuvo más remedio que aceptar, pensando que el enano en el futuro no recordaría aquello. Tras su trabajo y sus bailes, la habitación más grande del castillo quedó también llena de oro, con lo que el rey se convirtió así en más rico que cualquier otro y se casó con la hija del molinero.
Muy pronto nacería un hijo varón de aquel matrimonio y, justo cuando ya todos se habían olvidado de la rueca y de la paja, apareció de nuevo el enano en la habitación de la ahora reina, reclamando lo que era suyo:
—Por favor, apiádate de mí. Ahora tengo riquezas, tengo tierras…, así que te daré lo que sea, pero no te lleves a mi hijo.
Los llantos y las súplicas conmovieron al enano, que terminó diciendo justo antes de desaparecer:
—Está bien. Tienes tres días para adivinar cuál es mi nombre, y si logras hacerlo dejaré que te quedes con tu hijo.
Pero, ¿cómo podría saber el nombre de aquel enano? ¡Era casi imposible! Así que la reina envió a unos espías del rey a buscar pistas que pudiesen servir para lograrlo, y solo uno volvió con noticias. Aquel espía había visto a un duendecillo saltar sobre las cabañas, cantando una canción:
«Hoy me divierto
con una fiesta mientras el niño llega,
pues jamás adivinarán mi nombre
por más que le den a la cabeza: ¡Rumpelstiltskin!»
Confiado, el enano volvió aquella noche a reclamar lo que era suyo, pero cuando le preguntó su nombre a la reina esta respondió: «¡Rumpelstiltskin!». ¡Oh, noooooo! ¡Diablos! El enano saltarín no daba crédito de que hubiesen averiguado su nombre, pues nadie lo conocía, y se tiró de los pelos hasta arrancárselos del gran enfado que cogió.
Y tal fue su ira, que de un pisotón acabó con su pierna hundida en el suelo, esfumándose en el aire para siempre, tras haberse partido en dos.