El médico Stahlbaum, su esposa y sus hijos, se encontraban celebrando la víspera de Navidad. La nieve que caía se podía ver a través de la ventana, y los dos niños, llamados Clara y Fritz, no podían esperar a que fuera el día siguiente para así poder abrir todos los regalos que se encontraban debajo del árbol.
En esto que se escuchó que alguien tocaba la puerta. ¡Era el magistrado Drosselmeyer! Y también padrino de los dos niños. Drosselmeyer, siendo magistrado, hacía muchos viajes oficiales a todos los rincones del país, y siempre traía consigo, a la vuelta, regalos para sus ahijados.
De uno de los rincones más alejados del país, en el que se decía que vivían gentes mágicas, había traído un pequeño castillo de juguete, donde había un Rey Ratón y un montón de soldaditos vestidos de ratones. Todos estos juguetes le encantaron a Fritz, pero no a Clara, que se veía claramente contrariada:
—Y para Clara —dijo su padrino por fin—, he traído un regalo especial. Toma este soldadito, que es un Cascanueces. Donde lo he comprado me han dicho que solía pertenecer a un príncipe.
¡Qué alegre se puso la niña con su juguete! Y así las horas pasaron hasta que Drosselmeyer se excusó y se fue poniendo rumbo a su hogar. Fritz, mamá y papá estaban cansados, por lo que se fueron a sus habitaciones, y la pequeña Clara se quedó en la sala junto al árbol, mirando el hermoso Cascanueces, con la madera tan bien tallada que parecía de verdad. Y mirándolo y mirándolo, la pequeña se quedó dormida.
En sus sueños se hacía pequeña, pequeñita, del tamaño de un ratón, y veía como todos los juguetes comenzaban a cobrar vida. Entonces el Rey Ratón salió del castillo y, junto a sus soldados, parecía dirigirse hacia donde se encontraba Clara. ¡Qué miedo sentía la pequeña en su propio sueño!
Pero entonces, junto a ella, apareció el Cascanueces y un gran ejército, y de esta forma fue como empezó la lucha entre el ejército de los ratones y el ejército del Cascanueces, en el que incluso participaba Fritz a lomos de un pequeño caballo de juguete.
Decidiendo no quedarse de brazos cruzados, Clara tomó cartas en el asunto y empezó a combatir a los ratones también con una pequeña espada de juguete que había encontrado. Pero mientras luchaba sin querer resbaló y cayó al suelo perdiendo el conocimiento. Al despertarse el Cascanueces la sostenía en sus brazos, y viéndolo más de cerca la pequeña Clara se convenció de que el Cascanueces era sin duda ese príncipe del que hablaba Drosselmeyer, convertido en Cascanueces por algún hechizo.
Como el combate no terminaba, Clara tuvo una gran idea. Ofreció a los ratones darles todos los dulces que sus padres le habían regalado por Navidad, que eran un montón y de los más deliciosos que se pudieran encontrar en el país. Para ella no eran muchos, pero para los ratones, que son muy pequeños, eran un auténtico festín.
Aceptando la propuesta de Clara, el Cascanueces y los ratones pudieron firmar por fin la paz, y el hechizo que mantenía al príncipe siendo un Cascanueces se deshizo, volviendo a ser un hermoso y valiente príncipe.
Clara entonces abrió los ojos. Ya era la mañana de Navidad y sus padres y su hermano Fritz se encontraban en el salón para abrir los regalos. Ahí estaban el castillo con los ratones súbditos del Rey Ratón, y también el Cascanueces que le había dado su padrino. Aunque, curiosamente, a Clara le parecía que el Cascanueces sonreía más que antes.