Érase una vez una pobre mujer viuda que vivía en una vieja cabaña con su hijo, llamado Jack. Eran muy pobres, pero tenían una vaca que daba leche para ella y para el pequeño. Sin embargo, un día la mujer enfermó, por lo que no podía trabajar en la huerta y pronto empezaron a sufrir hambre, hasta que decidieron vender la vaca para sobrevivir.
Jack se ofreció a vender la vaca en la feria del pueblo, donde seguramente les pagarían con muchos víveres que les servirían para sobrevivir mientras su madre mejoraba. Así, Jack salió una mañana de sol pero, en medio del camino, en el bosque que separaba su casa del pueblo, se encontró con un misterioso encapuchado que le preguntó qué tenía pensado hacer con aquella vaca.:
—Voy al pueblo a venderla para que podamos comer mi madre y yo.
El hombre entonces dijo:
—Tengo una buena propuesta para ti —mostrándole a Jack una bolsa de tela—. Aquí hay unas judías mágicas que harán crecer el árbol más grande que te puedas imaginar. Crecerán de la noche a la mañana y nunca volverás a pasar hambre.
Jack se emocionó con la propuesta y aceptó cambiar la vaca por las judías mágicas, volviendo a casa muy contento. Al llegar, su madre se sorprendió de que hubiera vuelto tan rápido, pero convencida de que Jack habría logrado vender la vaca. No obstante, cuando el niño le contó el trato que había hecho, su madre se molestó:
—¡Hoy te acuestas sin comer! —dijo mientras lanzaba las judías por la ventana.
Jack se fue a dormir muy triste pensando en que había sido engañado, y en sueños pudo ver cómo la planta crecía y creía. Y cuando despertó… ¡se encontró con que sus sueños habían sido reales! Las judías mágicas habían crecido altas, muy altas; tan altas que se perdían entre las nubes.
El niño deseaba saber hasta dónde llegaba el largo tallo y, antes que su madre se diera cuenta, empezó a escalar la planta. Subió y subió hasta que llegó al país de los gigantes, que se encuentra sobre las nubes del cielo, y se dirigió hasta lo que parecía ser el castillo más grande del lugar.
No había nadie, pero la puerta estaba entreabierta, así que por una pequeña rendija entró. Ya dentro, se encontró con que había mucha comida y el estómago hambriento del niño rugió. Pero cuando se disponía a comer, escuchó unos fuertes rugidos:
—¡Fa! ¡Fe! ¡Fi! ¡Qué mal dormí!
Se trataba de un malvado ogro que había despertado de su siesta de mal humor…
—¡Fo! ¡Fu! ¡Fa! ¡Huele a niño en este lugar!
Sin poder comer bocado, Jack se escondió en el horno. El ogro, enorme, verde y terrible, le buscó por todas partes, pero no le encontró, volviendo pronto a su habitación, momento en el que Jack aprovechó para salir con cuidado del horno. “Tengo que irme antes de que me coma”, se dijo a sí mismo en voz baja.
En el camino, Jack vio los dos tesoros del ogro, que eran un arpa de oro, que tocaba hermosas melodías para dormir, y una gallina también de oro que ponía huevos de oro macizo. “¡Con estos dos tesoros mi madre y yo nunca volveremos a estar en apuros!”, dijo Jack, así que los cogió y se dispuso a salir de allí…pero el arpa empezó a gritar:
—¡Señor! ¡Despierte usted, que me roban, que me roban!
Y como una fiera se despertó el ogro, intentando encontrar a quien pretendía robaba su preciosa arpa. Confundido con lo que sucedía, Jack tuvo tiempo de bajar la planta rápidamente hasta llegar a su casa, en donde mamá, muy preocupada, le recibió con los brazos abiertos:
—¡No hay tiempo que perder, mamá! ¡Tráeme un hacha o el ogro nos va a comer!
—¡Fa! ¡Fe! ¡A un niño me voy a comer! —decía el ogro bajando de la gran planta de judías.
El tallo comenzó a tambalearse gracias a Jack, que lo golpeaba con el hacha que le había dado su madre. Golpeó y golpeó el tallo con toda la fuerza de la que era capaz, hasta que finalmente se rompió y el ogro enorme cayó. Pero el ogro era tan grande y pesado que, al caer a la tierra abrió un inmenso hueco, tan, tan profundo, que el fondo no se veía…y del ogro terrible jamás se volvió a saber.
¡Qué bien vivieron Jack y su madre desde entonces gracias a la gallina de los huevos de oro! Y gracias al arpa, también de oro, con la que todas las noches tenían dulces y profundos sueños.