La casa del gato Roger era muy bonita, con grandes ventanales que iluminaban cada rincón al amanecer. También tenía un maravilloso sofá azul para estirarse y dormir largas siestas, el cual compartía con Nuri, la chica que vivía en su casa y lo mimaba. Era cierto que Roger era un gato feliz: podía comer mucho, ser acariciado y dormir muchas horas al día, incluso tenía su propio rincón para afilarse las uñas… hasta que llegaron los problemas. Un día por la puerta, en forma de cachorro y junto a su dulce Nuri, llegó la que creía iba a ser la peor de sus pesadillas: un perro.
Roger pensó que aquel cachorro sería un serio problema para su día a día, pero Nuri estaba convencida de que su precioso gatito necesitaba un amigo. Es decir, que esta llegada no le hizo nada de gracia al gato gruñón que, apenas percibió el olor del nuevo inquilino, comenzó a bufar y a hacer ruidos sin parar.
—Roger, quiero presentarte a tu nuevo amigo, —dijo Nuri acercándole al pequeño cachorro dorado— este es Pepe, espero que ambos os llevéis muy bien.
Ofendido, Roger giró su cabeza con indiferencia, ignorando completamente a la muchacha hasta que Pepe comenzó a ladrarle emocionado y a mover la cola.
—Eso sí que no —pensó Roger gruñendo— aléjate de mí.
Pepe, que estaba muy emocionado, se acercó sin pensar a Roger y se llevó un gran susto cuando el gato gruñón le mostró los dientes.
—Oh, vamos Roger —dijo Nuri muy molesta— no seas así con Pepe, tienes que aprender a llevarte bien con el nuevo miembro de la familia.
Ignorando a su dueña, Roger se fue al sofá dispuesto a dormir unas horas para recuperar toda la energía que acababa de gastar en aquel encuentro. Sin embargo, tan solo unos minutos más tarde, unos ladridos le despertaron de su sueño profundo:
—No hay nada en la ventana, ¿por qué ladras? —dijo Roger muy molesto, antes de volverse a dormir.
Más tarde, ese mismo día, el gato se encontró con la escena más terrible que había visto en su vida: ¡Nuri estaba dándole cariños al cachorro Pepe en vez de dárselos a él! Y aquello ofendió mucho a Roger que, enojado, se alejó dispuesto a afilar sus garras un rato. Cuando terminó con esta placentera y relajante actividad, Roger volvió al sofá lentamente. Entonces Pepe aprovechó el momento para mover su cola y acercarse emocionado al gato, que le gruñó malhumorado nuevamente.
—¿Por qué no quieres ser mi amigo? —Preguntó Pepe con curiosidad.
—Estoy bien solo, gracias, no quiero a ningún cachorro molestándome—contestó Roger.
Pepe se fue muy triste y, a pesar de lo testarudo que era, el gato Roger se sintió un poco mal observando a Pepe mientras volvía al sofá. Los siguientes días pasaron muy rápido mientras todos en la casa se hacían a la compañía del nuevo miembro de la familia, que disfrutaba mucho y no dejaba de mover su colita y de jugar con cualquier cosa de la casa.
Así, poco a poco, el gruñón de Roger comenzó a sentirse menos solitario durante las largas horas que su dueña humana Nuri pasaba fuera de casa trabajando, por lo que fue mejorando mucho su humor. Pero, tiempo después…
—Pepe, ¡atrápame si puedes! —gritaba Roger en primavera mientras corría de un lado a otro viendo al cachorro esforzarse por alcanzarlo.
—Roger, eres el rey del pilla pilla —Dijo otra tarde Pepe mientras paraba un poco para recuperar el aliento.
—Tú no eres tan malo tampoco, amigo —Contestó el gato Roger moviendo su elegante cola.
—Entonces, ¿somos amigos? —Preguntó el perro con los ojos llenos de esperanza.
—Sí, creo que somos amigos —dijo el gato Roger. — En ocasiones dos seres tan distintos como nosotros pueden terminar siendo amigos sin darse cuenta, porque la amistad de verdad lleva tiempo construirla.
Pepe, sin poder contenerse de la emoción, saltó sobre Roger y comenzó a lamerle la carita, ganándose un gruñido muy grande, pues a pesar de haber cambiado su actitud, Roger seguía siendo un auténtico cascarrabias. Eso sí, empezaba a disfrutar de lo lindo de las travesuras de su nuevo amigo y, aunque a veces se peleen, pasan mucho tiempo juntos y siempre están dispuestos a hacer las paces y jugar mientras su querida humana Nuri regresa a casa.
Y es que no hay nada que cure la soledad como la compañía de un buen amigo, y eso es lo que le sucedió al gato Roger, como bien sabía Nuri que ocurriría.