Zoe era una pequeña serpiente que vivía en un bonito bosque con un montón de animales diferentes.
La casita de Zoe era un viejo tronco seco del pantano, en el que Zoe vivía con su mamá y cuatro de sus hermanas más pequeñas.
Cada mañana, muy temprano, Zoe acudía a la escuela con todos los demás animalitos del bosque.
A Zoe le gustaba mucho ir a la escuela todos los días, a pesar de no tener muchos amiguitos, porque Zoe disfrutaba mucho aprendiendo cosas nuevas con la señorita Smith.
Un buen día, durante la clase de ciencias naturales, la señorita Smith ordenó a todos que formaran equipos para trabajar en un proyecto especial. Todos los animalitos dejaron sus asientos y recorrieron el salón de clases en busca de otros con quien formar sus equipos de trabajo. Los conejitos fueron con los conejitos, las ranitas con las ranitas y los pequeños castores se encontraron con los de su misma especie también.
Tristemente, y después de unos largos minutos buscando, Zoe no pudo encontrar a nadie para su equipo. Zoe intentó integrarse con las ranitas primero, pero estas la detuvieron diciendo: “No, ya tenemos el equipo completo.” Las ranitas no querían a Zoe en su equipo porque Zoe no podía brincar de árbol en árbol como ellas, así que no podría ayudarlas con su proyecto.
Entonces, sin darse aún por vencida, Zoe se acercó a los pequeños castores, quienes también rechazaron a Zoe diciendo: “No, ya tenemos nuestro equipo completo”. Y es que los castores no querían a Zoe porque no tenía brazos con los que construir.
En un último intento, Zoe se acercó a los conejitos que brincaban de un lado para otro riendo sin parar. Esto hizo pensar a Zoe que también la rechazarían, pues los conejitos podían brincar y ella no. Pero aun así decidió hablar con ellos:
-Hola- Siseó Zoe dirigiéndose a los conejitos.
Entonces, dos de ellos sonrieron, invitando a Zoe a su pequeño círculo con una bonita señal de reverencia. Sin embargo, otro…
-¡No!- Dijo un tercer conejito deteniendo a Zoe. -Mamá dice que las serpientes no son buenas, así que yo no te quiero en mi equipo, eres peligrosa.
Y aquellas palabras hicieron que Zoe se sintiese muy triste y que se diese finalmente por vencida en su búsqueda de un equipo para la clase. Y así, sin saber qué más hacer, Zoe se fue a casa pensando en hacer el proyecto sola, sin equipo alguno, y asumiendo que tal vez a la señorita Smith no le importara. Pero, en su camino al pantano, Zoe escuchó un sonido que la hizo temblar, como si alguien estuviera en peligro. Entonces Zoe se deslizó hacia el lugar de donde provenía el sonido y vio a un pequeño conejito corriendo, intentando esconderse de un zorro que le perseguía.
Zoe pudo darse cuenta al instante de que aquel conejito era el mismo de su clase, el que la había rechazado en su equipo por considerarla peligrosa, por lo que pensó en darse la vuelta enseguida. Además, seguro que el conejito tendría más miedo si ella intervenía, y no quería tener más problemas en clase. Pero mientras pensaba aquello, veía como el zorro se acercaba más y más hacia el conejito, que ya apenas tenía hacia dónde ir. Y tras esto, y sin pensarlo mucho más, Zoe se deslizó enrollando su cuerpo alrededor del pequeño conejito, protegiéndolo del zorro que, sorprendido y algo asustado, rápidamente se alejó.
El pequeño conejito lloraba y lloraba entre el cuerpo escurridizo de Zoe, y al poco dijo:
-¿Por qué me ayudas?
-No lo sé- respondió Zoe honestamente. -Mamá siempre dice que si alguien está en peligro tienes que ayudar, y eso es lo que he hecho.
-Pero fui grosero contigo en clase.
-No importa, yo solo quise ayudar. Mamá dice que no debemos juzgar a nadie por sus errores o por lo que son.
Y tras aquellas palabras Zoe desenroscó su cuerpo y dejó ir al conejito.
-Lo siento mucho, porque yo sí que te juzgué sin conocerte de verdad. ¿Quieres ser parte de nuestro equipo en el cole?
Y Zoe aceptó sus disculpas sonriendo y aceptando feliz. Al fin y al cabo, no se trata de ser iguales y perfectos, sino de saber estar en armonía y convivir.