Érase una vez un callejón en el que vivían muchos perros y gatos, pues habían formado una comunidad allí para apoyarse todos mutuamente.
Todos los días, tanto los perros como los gatos salían en busca de comida, y durante la noche volvían al callejón. Y cuando algún perro o algún gato no encontraba comida, los demás compartían la suya para que no pasara hambre.
Así la vida transcurría felizmente, hasta que un día llegó al callejón un perro que era más grande que los demás. También era mucho más gruñón, y con un aire tan feroz que casi parecía un lobo.
Apenas llegó, dijo:
—A partir de hoy, todos ustedes deberán traerme comida. Si no lo hacen se van a enterar—y tras de decir esto, soltó unos fuertes ladridos; tan fuertes, que habrían podido asustar a cualquiera.
La primera noche, todos hicieron lo que dijo el perro grandullón. Pero, al darle a aquel perro la comida, todos los demás habitantes del callejón terminaron con muchísima hambre.
Entonces, cuando el gran perro se quedó dormido, todos los perros y los gatos del callejón se reunieron para saber qué debían hacer para acabar con aquella situación.
—No podemos permitir que ese grandullón nos quite nuestra comida —dijo uno de los perros—, debemos hacer algo al respecto… ¡Ya sé! ¡Mañana me enfrentaré a él!
Todos los demás animales estuvieron de acuerdo y le dieron ánimos al perro para que se enfrentara al perro maleducado y grandullón.
A la mañana siguiente el perro gruñón les dijo:
—Espero que hoy me traigan más comida, porque ayer me quedé con hambre. ¡Y espero que sea comida deliciosa, porque la de ayer sabía a basura!
—No deberías hablarnos así —dijo el perro que quería enfrentarse a él, armándose de valor.
El perro grandullón entonces se acercó a él, dejando salir un rugido tan fuerte que sonó en toda la ciudad. Los edificios temblaron y las hojas de los árboles se cayeron.
Y así, todo el valor del perro valiente se esfumó, y todos los habitantes del callejón terminaron dando su comida de nuevo al recién llegado.
Ya resignados y con la misión fallida, los perros y los gatos del callejón pensaron que nada se podría hacer contra aquel villano, porque siempre ladraría más que ellos y sería más fuerte, y se hicieron a la idea de que deberían conseguir más comida cada día para darle al nuevo perro gruñón y para poder comer ellos.
A la siguiente noche, el perro gruñón parecía tener más hambre que nunca, y fue quitándoles a todos los perros y gatos todo lo que tenían, sin necesidad de esperar. Y cuando parecía que se iba a salir de nuevo con la suya… empezó a chillar:
—¡Ay! ¡Ay! —Gritaba el perro maleducado.
—¿Qué sucede? —Se preguntaban todos los demás, observando la escena.
—¡Ay! ¡Ay! ¡Que me están picando!
Pero, ¿qué le picaba? ¡Pues se trataba de los mosquitos! Y es que esos minúsculos seres habían presenciado todo lo ocurrido desde la llegada del nuevo perro, y no dudaron en ayudar a los demás animales del callejón, que siempre eran tan buenos con todo el que pisara el callejón, incluso con ellos.
Entonces, los mosquitos picaron tanto al perro gruñón que él terminó por irse corriendo hacia otro lado, y nunca más volvió por aquel callejón por miedo a que los mosquitos le picaran de nuevo.
Y de esta forma, los perros y los gatos del callejón pudieron volver a vivir en paz y aprendiendo una valiosa lección: incluso los obstáculos más grandes y difíciles pueden ser superados, sin que importe la fuerza ni el tamaño que tengamos.