En el Polo Norte, y a pesar del frío, también se cuentan historias unos a otros. Una de las que circulan trata sobre dos pingüinos que vivieron por la zona. Aparentemente eran dos pingüinos cualesquiera, pero se caracterizaban por el fuerte desagrado que sentían el uno por el otro. ¿La razón? Pues en realidad ninguna, ya que estos dos animales jamás habían cruzado palabra en toda su vida. Sin embargo, se regalaban miradas desafiantes y de completa enemistad cada vez que coincidían en alguna tienda o paseo. Eran tales las miradas que se dedicaban, que por lo visto más de una vez estuvieron a punto de derretir toda la nieve del Polo. ¿Os imagináis? ¡Hubiese sido un completo desastre!
Y en esas andaban cuando un día coincidieron en el baile de Navidad que todos los años se organiza en el Polo Norte por cortesía de Papá Noel. A Aquella fiesta la mayoría de los invitados solían ir disfrazados con máscaras, trajes de elfos, vestimentas como la de Papá Noel…y esto hizo que los dos pingüinos entablasen conversación aquel día sin poder reconocerse el uno al otro.
¡Este año se han superado! ¡Qué fiesta tan grandiosa!- Dijo uno de los dos pingüinos. Desde luego. Estoy de acuerdo contigo, amigo- Contestó el otro.
Y así hasta altas horas de la noche. No dejaron de hablar y de disfrutar de la fiesta ni un momento, y al darse por finalizado el evento, decidieron volver a verse e intercambiaron sus direcciones. En tan solo una noche se habían dado cuenta de que estaban hechos el uno para el otro, y comenzaron lo que parecía ser una excelente amistad.
Cuando a la mañana siguiente uno fue a buscar al otro para salir y charlar un rato, descubrieron sus verdaderas identidades. ¡No podían creerlo!
Y tras el asombro inicial rompieron en una gigantesca carcajada. Se habían comportado de forma ridícula e inmadura, y estaban dispuestos a no repetir aquella actitud nunca más y a recuperar el tiempo perdido.
La de aquel año, sin duda, había sido una fiesta increíble.