Érase una vez una manada de elefantes que vivía feliz en la selva. Todo parecía estar rodeado de alegría, felicidad y un fuerte sentimiento de hermandad entre todos los elefantes. Pero todo aquel entorno mágico lleno de paz se fue al traste un día en el que nació una nueva y deseada cría de elefante.
Aquel elefante no era como los demás. ¡Su piel era toda de color blanco! Y aquella rareza provocó entre sus demás familiares mucha desconfianza y desasosiego. En el mundo de los elefantes todo era siempre normal, y nadie se salía de la norma, puesto que su felicidad se basaba en caminar y en vivir todos juntos al unísono.
Pero aquel pequeño e indefenso elefantito parecía estar ya desde su primer día de vida completamente fuera de la norma, y aquello no gustó nada a los demás elefantes, en especial a los más viejos de la manada.
Los padres del pequeño elefante se sentían desesperados. Tampoco le encontraban explicación a que la piel de su cría fuese de color blanco, casi brillante, pero a pesar de todo le querían y no deseaban bajo ningún concepto que le sucediera nada malo.
Y llegó el trágico día en el que el jefe de la manada propuso abandonar al elefantito a la orilla de un río. ¡Qué tristeza se apoderó de sus pobres padres, que se sentían divididos entre el deber de obedecer a la manada y el deber de amar a su pobre cría!
Tras mucho pensar sobre las opciones que tenían, el padre del elefantito blanco decidió enfrentarse al jefe de la manada. Al ver la fortaleza de aquel joven padre elefante y la mirada de desafío que le lanzaba, el jefe de la manada se vio obligado a claudicar y a deshacer su plan. El jefe era demasiado mayor como para enfrentarse ya a los suyos y procuró reflexionar de nuevo sobre el tema.
Gracias a aquello el elefantito blanco, que no era otra cosa que un elefante albino, pudo crecer junto a los suyos y vivir muy feliz. Todos aceptaron lo que la naturaleza había creado y le dieron gracias al cielo cada mañana alzando las trompas al sol.
Y todo comenzó a ir tan bien desde entonces para los elefantes en la selva, que a la muerte del jefe, ya muy anciano, decidieron proponer al elefante blanco como su digno sucesor. ¡Se había ganado el amor y la confianza de toda la manada! Y sus padres se vieron colmados de gratitud y felicidad el resto de sus vidas.