Tifón era un perro que vivía en un puerto, su amo era pescador. Le encantaba el mar, y cuando su amo salía a pescar, él era el primero en subirse a la barca. Mientras navegaban hacia alta mar, Tifón ponía su hocico en dirección al viento y sus orejas se movían como si fuesen alas.
Un día les cogió por sorpresa una tormenta. La lluvia era muy fuerte, una ola golpeó la barca y los dos tuvieron que agarrarse con fuerza para no ser arrastrados al mar. Pero Tifón no pudo sostenerse y cayó al agua.
La lluvia era tan fuerte, tan fuerte, que el amo no se dio cuenta de que Tifón había caído al agua hasta que la barca estaba ya cerca del puerto. Quería volver atrás para buscar a su perro, pero la tormenta parecía ponérselo a cada minuto más difícil y finalmente tuvo que volver a casa.
El pescador estaba tan triste… se sentía culpable por no haberse dado cuenta a tiempo y no haber podido evitar que su perro Tifón cayese al mar.
Por su parte, Tifón decidió afrontar con valentía aquel revés que le había dado la vida. Nadaba y nadaba, y aunque solo veía agua a su alrededor y ningún sitio ni objeto al que agarrarse, pensó que sacudir sus patas con fuerza podría mantenerle a flote por un buen tiempo. Y justo cuando pensaba que ya no volvería a ver a su querido pescador, Tifón sintió que algo le empujaba fuera del agua… ¡era una gigante y preciosa ballena!
¿Por qué estás solo en medio del mar?- le preguntó la ballena. Porque me caí de mi barca en medio de la tormenta. Te llevaré a una isla cercana para ponerte a salvo. Muchas gracias por ayudarme, pensé que iba a morir en el agua. Pero me gustaría volver con mi dueño que estará muy preocupado- respondió Tifón a la preciosa ballena.
Y justo en aquel instante la terrible tormenta se marchó.
¿Sabes dónde queda el Puerto de Iquique? ― preguntó Tifón ―Es que mi amigo está en Iquique. ¿Tu amigo? Si ese amigo fuera tal no te habría abandonado en medio de la tormenta. ― Pero es que él no se dio cuenta de que caí. Estaba muy oscuro y el agua nos atizaba en los ojos, era imposible ver nada. Mi amigo es una buena persona, y si me dejas en la isla que dices buscaré la forma de volver a Iquique, aunque sea nadando otra vez. Está bien, te llevaré a Iquique ―dijo la ballena. Y dirigiéndose hacia sus hermanas exclamó: – ¡Muchachas, vamos a llevar a este perro a Iquique!
El grupo de ballenas cambió su rumbo y todas se dirigieron al sur. Tifón se echó sobre el lomo de la grande y preciosa ballena y puso su hocico en dirección al viento para que sus orejas se moviesen como si fueran alas.
Finalmente llegaron al puerto de Iquique de noche:
Hasta aquí puedo traerte, más allá es peligroso para mí, querido amigo. Espero que sepas bien lo que haces- dijo la ballena a Tifón. No te preocupes, desde aquí podré nadar hasta la orilla. Gracias por traerme, eres una ballena muy generosa.
Tifón saltó desde el lomo de la ballena al agua y nadó el poquito trozo que quedaba hasta la orilla. Ya no tenía miedo, y al pisar tierra echó a correr hasta llegar a su casa. Una vez allí rasguñó la puerta como de costumbre y comenzó un suave y cariñoso ladrido para que el pescador supiese que estaba allí. El hombre, que se encontraba en la cama muy entristecido, se levantó de un salto y recibió a Tifón lleno de lágrimas y de alegría.
Pasado un tiempo, el pescador y su perro Tifón volvieron a alta mar para pescar como casi cada día. Pero Tifón ya no era el mismo y solía quedarse ensimismado mirando a lo lejos a las ballenas, que le saludaban cada vez que volvían por allí meneando su cola y saltando en dirección al viento. El pescador observaba aquel espectáculo asombrado convencido de que su amigo había vivido una aventura única. ¡Era tan valiente!
Y la ballena, desde la distancia, pudo contemplar que aquella amistad entre Tifón y el humano era de verdad, y que su amigo Tifón se encontraba feliz y a salvo.