Érase una vez un niño llamado Jacobo. Jacobo era un jovencito con muchas pecas en la cara y el cabello del color de una zanahoria. Como a todos los niños, a Jacobo le gustaba jugar con la pelota junto a sus amigos, y a ellos les parecía genial que él tuviese el cabello como una zanahoria. Cuando iban a visitarlo y la mamá de Jacobo les servía zanahorias, sus amigos gritaban:
¡Una zanahoria se está comiendo a otra zanahoria!
Y Jacobo reía como el que más, porque le hacía sentirse muy, muy especial.
A Jacobo le gustaba mucho jugar con sus amigos, pero llegó un día en que no pudo jugar con ellos porque tuvo que cambiar de colegio y ya no conocía a nadie. Aquella situación a Jacobo le puso muy triste, no sabía qué hacer.
Cuando entró en clase pudo ver que un niño bastante más alto que él estaba jugando con una pelota, y que los demás niños le miraban jugar. Hablaban con él y se reían, de forma que a Jacobo aquel niño le resultó bastante popular. José se llamaba aquél niño y, de entre todos los compañeros de clase, era el más alto y el que parecía de mayor edad, de manera que Jacobo pensó que si se burlaba de él, podría ganar el respeto de sus nuevos compañeros y que así todos fuesen sus amigos.
De esta forma se acercó hacia donde estaban los compañeros de clase, señaló a José y dijo:
– Eres alto como los adultos, pero juegas a la pelota como un bebé. ¡Eres un bebé!- le dijo Jacobo, a pesar de que había observado en él a un fantástico compañero con el que jugar a la pelota.
– ¿Por qué me dices eso, niño zanahoria? Yo solo estoy jugando con la pelota sin molestar a nadie, déjame en paz.
Haberlo llamado “niño zanahoria” ocasionó que todos los demás niños se rieran, aunque José no lo hubiera dicho con esa intención. Por ello, a partir de entonces, todos se burlaron de Jacobo llamándole “el niño cabeza de zanahoria”.
¡Eres una zanahoria, con la cabeza naranja y grandota!- le decían los demás niños.
Jacobo, al ver que su plan había fallado, no pudo hacer otra cosa que ponerse a llorar. Sin embargo, aquella actitud no le gustó a José, que decidió hablar seriamente con todos sus amigos:
¿Por qué os reís de él? Yo le dije niño zanahoria porque tiene el cabello del color de una zanahoria y no para burlarme, porque uno no se puede burlar de las demás personas. Todos nosotros en esta clase somos amigos y, si nos reímos de nuestros amigos, seremos unas malas personas.
A lo que todos asintieron porque supieron que José tenía razón.
José se acercó y trató de calmar a Jacobo diciéndole que lo invitaría a comer zanahorias:
Y así serás una zanahoria comiéndote otra zanahoria- dijo José con el tono tan amable, que casi parecía uno de los antiguos amigos de Jacobo.
Al recordar a sus viejos amigos, Jacobo dejó de llorar, pidió perdón a José y sus demás nuevos compañeros, les contó que solo quería ser popular entre ellos y agradeció a José el haber sido tan bueno con él.
De esta forma Jacobo entendió el valor de la amistad y del verdadero respeto, y nunca más trató de burlarse de nadie.
Al fin pudo comprender que las diferencias, como bien sabían sus fieles y antiguos amigos, son algo maravilloso y no algo que reprochar.