Era el último día de clase y Pablo miraba sin mucho interés la pizarra mientras la profesora explicaba algunas cosas. Pablo solo podía pensar en la Navidad y en que sería la primera en su ciudad, y no en el pueblo como sucedía siempre.
Pablo recordaba cómo cada año, apenas terminadas las clases, mamá y papá llenaban el coche con maletas y se iban de viaje a casa del abuelo para poder pasar las vacaciones junto a él en su granja. El camino era larguísimo pero muy verde y bonito, y de lado a lado del camino se podían ver vacas o caballos pastando. Era maravilloso.
A Pablo le gustaba mucho ver los animales y el abuelo tenía una casa llena de ellos: ovejas, vacas, caballos, perros…Pero de todos ellos con quien más disfrutaba jugando era con la perrita Lila, que corría siempre a su alrededor nada más llegar. Y después de aquellos momentos junto a Lila, lo que más le gustaba a Pablo era la gran cena de Nochebuena, todos sentados junto al árbol y a la lumbre rodeados de cosas ricas que degustar. De solo pensarlo, a Pablo se le hacía la boca agua.
Sin embargo, en aquella Navidad no iba a haber nada de eso. Papá tenía que salir de viaje por motivos de trabajo, no podrían visitar al abuelo y Pablo iba a pasar la Navidad con la única compañía de su mamá. Cuánto le entristecía aquello a Pablo, que ni siquiera podía escuchar las palabras de su profesora ensimismado en sus pensamientos.
Antaño, apenas llegaban a la granja, el abuelo sacaba del cobertizo todos los adornos y entre todos ponían la casa muy, muy bonita. Hasta la perrita Lila ayudaba, porque a todos les gustaba mucho la Navidad.
Volviendo a casa del cole, Pablo pasó todo el recorrido en el autobús mirando por la ventana. Sus amigos se acercaban a él y le preguntaban qué le ocurría, pero Pablo ni siquiera podía contestar del nudo que llevaba en la garganta. Se sentía tan mal que le era imposible hablar, y lo único que deseaba era encerrarse en su cuarto solo.
Una vez en casa, al cruzar la puerta, Pablo fue asaltado por la perrita Lila. ¡Qué gran sorpresa fue aquella! Y tras recibir unos buenos lametazos y achuchones de ella se aproximó corriendo hasta la cocina, donde estaba su mamá junto al abuelo tomando un café calentito.
A Pablo le alegró mucho aquella visita, no podía creerlo… ¡si el abuelo nunca salía de su granja! Pablo se fundió en un tiernísimo abrazo con su abuelo, que como no podía ser de otra forma, ya tenía preparados en sus cajas los adornos de Navidad. Qué feliz se sentía Pablo de ver allí a su abuelo, que sonriente le dijo:
Si la Navidad consiste en algo, hijo mío, es en estar todos juntos.
Y fueron muy felices en aquella primera Navidad en la ciudad, echando de menos a papá y haciendo todo lo posible por disfrutar de aquellas fechas tan significativas para la familia.