Un trofeo. Una carrera en la que apuestas a tu mejor ejemplar conociendo las que llevas de ganar, el descendiente que debe cumplir con todos tus estratosféricos estándares si quiere ser merecedor de llevar tu apellido. La maquinaria perfecta que eleva tu ego a niveles insuperables y te dota de esos aires despóticos que tan inteligentemente ocultas de los demás. Mientras que detrás de las superfluas puertas de roble de tu hogar, impones tus atroces ideales como tirano a su régimen totalitario.
Estoy tan agotado, tan suprimido, tan harto.
Ya no pienso ser una más de las vastas medallas que colocas a lado de tus múltiples reconocimientos hipócritas.
Estoy cansado de ser el mejor, de ser el más fuerte, de ser tu maquinaria infalible para acometer tus deseos y abrirte el camino en tus intereses.
Al fin has conseguido lo que tanto anhelabas, entrenar a tu semejanza, inyectar tu odio desde temprana edad, castigar lo que veías reprochable y recompensar las actitudes nefastas, cual entrenamiento de perro de pelea.
Ha funcionado, porque ahora más que nunca estoy deseando terminar contigo.
Se que todo tus mordazas enseñanzas fueron con ese fin, pero nunca me había atrevido a alcanzarlo.
Todo el mundo tiene su límite y me impresiona que a penas ahora, tu hallas rebasado el mío.