Entre el frío metal de los grandes tubos correteaban ellos, persiguiéndose unos a otros.
Reían. Divertidos por la situación en la que se encontraban y aún así, lograban salir del agujero jugueteando.
Bailaban. Felices por haberse encontrado en el camino y convertirse en uno solo.
Cantaban. Tarareando la melodía de sus vidas, cada una de sus aventuras.
Agridulce. Era el sabor de cada una de las palabrotas que de entre sus labios escapaban al pelear.
Metálico. Era el olor de la sangre que brotaba de los raspones de sus rodillas y manos.
Euforia. Daban brincos cuando llegaba un nuevo miembro a su no tan pequeño grupo.
Lágrimas. Esas descendían por mis mejillas sonrojadas al recordarlos.
Me encontraba sentada en la barandilla de la azotea, mis pies colgaban hacia el vacío. Tan oscuro...
Tarareaba la que alguna vez fue nuestra canción. Saboreaba la sangre que escurría desde mi labio inferior.
Una oleada de añoranza, calma y libertad recorrió cada vibra de mi ser, al sentir como la helada brisa acariciaba la galaxia de pecas encerrada en mis pómulos.
Y lo hice... me lancé a la nada, para nuevamente despertar en la soledad de mi habitación.
Otra pesadilla. O quizás... un sueño...