En la oscuridad de la noche, fieras míticas danzaban al ritmo de las tinieblas.
Una de ellas era menospreciada por la diminuta magnitud de sus colmillos, y el poco valor que reflejaba en su rostro.
Pero al llegar el día, todo era distinto. Mientras que las alimañas huían despavoridas del Sol, el que alguna vez fue una inofensiva criatura, se convertía en un rudo lobo, cubierto por el acero y bañado por la sangre.
Y sí, todo el que lo burlaba de pequeño, se escondía con tan solo sentir su oscura presencia.
Su calibre y poder eran mayores. Eso demostraba sus verdaderos colmillos...
(Relatos de un peregrino)