El inmenso dolor que sufría era de todos los días. Sin embargo, no estaba solo en este sufrimiento.
Decenas de miles de los llamados "Hijos de la luna" estaban condenados a sufrir trabajos forzados. La única opción de parar este dolor era apagando la luz de sus ojos.
Había considerado en numerosas situaciones el tomar esta opción que no era fácil, pero en el fondo de su ser todavía existía la llama por seguir con su vida.
Cuando el período de media día llegaba, recostaba su cuerpo en una piedra liza que era lo único adecuado que se prestaba para descansar en un lugar tan rocoso como este.
Obligaba sus ojos a descansar para evitar cargar con el hambre que tenía.
En sus sueños solo existía ese paraíso verde, lleno de vida. Un lugar en dónde todos los cabello blanco al igual que él, pudieran vivir libres al fin.
Sus esperanzas eran despedazadas cuando el sueño se desvanecia y la dura realidad la remplazaba.
—Si tan solo pudiera... Ser suficientemente fuerte.
Reprochaba su debilidad. Le deprimia el no poder ayudar a sus ajenos ante los injustos castigos que los guardias del reino realizaban.
Sin embargo, una noche encontró un hueco entre todas las rocas y ahí observó un artefacto desconocido.
Radiante y con un brillo blanco, el artefacto habló con fiereza:
—¿Quieres poder? Muy bien. Te lo daré.
Escuchando esas palabras del objeto, preguntas sobraban.
¿Qué era? ¿Cómo había llegado aquí?
¿Cómo sabía lo que quería...?
Casi acorbadado por las dudas, dio un paso atrás.
—Vivir encadenado. Si huyes de aquí, ese será tu destino nuevamente.
Sus dudas fueron desechas al escuchar esas palabras.
No soportoría sufrir. No soportaría ver a su gente seguir sufriendo. Ya no quería huir.
Su valentía fue más y se acercó hasta el artefacto.
—Me agradas. Entonces, prestaré mi poder hacia ti a cambio de una condición...