A la deriva...
Así fue como me sentí, parte de un navío que se extravía en aguas abiertas, luchando por permanecer a flote en una coraza corroída, azotada por gigantes de agua que penetraban la poca protección que tenía. Las olas eran abrazadoras y no podía contener la respiración cada vez que esas impertinentes me devoraban. Mis ojos ardían, la piel escosaba. Salitre era todo lo que mis labios probaban. Aferrada a lo único que tenía asegurado, la banca de madera de ese insignificante y minúsculo bote en un sin fin de turbulentas aguas, siendo arrastrada por un feroz torbellino de vientos que no me permitían respirar.
Mi mundo estaba siendo derribado, como castillo de naipes que necesitó solo de un suspiro lejano para caer.
Desperté en el sillón de casa, bañada en sudor y con la respiración entrecortada; aunque mi niña y mi esposo estaban allí, todo se sentía distante y vacío.
Persivirse sola, era deprimente y desquisiadamente perturbador. A veces, ser solitaria y autosuficiente, fuerte y segura, no es más que el recordatorio de lo agotador que es sobrevivir.
No es que realmente todo esto sucediera; ver todo desde afuera, flotando sobre ese sueño terrorífico era suficiente para descifrar que la perseverancia y la paciencia, se agotaban.
Las fortalezas se volvieron debilidades. La felicidad, desolación. Los deseos, olvido y el amor propio, simplemente el abandono…
El saber es infinito. Creer en ello y entregarse es fundamental. Visionar cuando hacer las valijas y hecharse a andar, también.
Mantener posturas cuando las convicciones son firmes fueron, son y serán el eje de mi destino. No será fortuito ni completamente inestable. Solo eso, mi destino.
Vuelvo a mí, a ese cuerpo a la deriva, siendo hambrientamente tragada por aguas oscuras. Grito en medio de esa enloquecedora tormenta que quiero despertar, e instantáneamente me encuentro reposando en el sillón, aprieto mis párpados y abro a más no poder los ojos. Me estoy tomando con ahínco el pecho, calmando la respiración agitada y secando el sudor de mi rostro. Recojo mi cabello despegando algunas hebras, exhalo profundo dejando salir cual peste aquella endemoniada pesadilla, apago la alarma y me levanto. Camino dirigiéndome a la cocina. Pongo el agua en el fuego para unos mates y preparo la taza para el desayuno de mi pequeña, prendo la cafetera para el café de todas las mañanas de mi esposo. Cierro la puerta de la cocina y enciendo un cigarrillo, mientras asomo la vista por la ventana. Expulso el humo por la boca semiabierta y la nariz mientras presiono el dorso de la punta de mi lengua contra el paladar.
Sencillo y silencioso, ha comenzado un nuevo día…