Como las cuerdas de un violín, tan difícil de domar, tan difícil de tocar.
Lastimas mi tacto con la presión que necesito para que no se desafine al maniobrar.
Deseando tocarte, aún sabiendo que lastimaras mi cuerpo, formando heridas, callos, dolores...
Siempre estoy observando como para otros es tan fácil. Será la práctica?...La habilidad?...o solo la suerte de haber nacido así?...
Nacido así?, sí...esa postura, ese cuerpo voluminoso, teniendo lo que yo no tengo. Un cuerpo que te puede brindar todas las notas para una canción perfecta.
Envidia, es lo que siento, nunca podré ser así, como ellos. Tan asquerosamente perfectos...
Te alejaste de mí...lo hiciste por lo que te dijeron?. O aún te duele esa vez que te dijeron que mis dedos nunca te afinarán de la misma manera que lo hacían los de él.
Éramos tan pequeñas...Tú corazón era frágil, te prometí cuidarlo. Pero no estabas dispuesta a aceptar tal propuesta...o fue porque era mujer?
Aún recuerdo tus caricias ese invierno. Cuando tus mejillas estaban enrojecidas por el alcohol y te acercaste a mí, me dijiste que fuí lo que más amaste. Me enseñaste cada una de tus curvas, me sedujo tu aroma a vainilla...un aroma que jamás volví a sentir.
Estábamos solas...tú deleitándome con esa hermosa ropa interior de encaje blanco, que relucía en tu piel trigueña. No pude aceptar tal propuesta.
Era yo realmente merecedora de aquel nunca visto paisaje?...no. Al menos eso creí.
Me di la vuelta y salí, salí de ese silencioso cuarto. Sabía que aquella era la única oportunidad de hacerte totalmente mía. La persona a la que amo desde que me raspaba las rodillas y lloraba por horas.
Pero, esa no era la ocasión, ni el momento. No voy a ser otra persona, que te deleita en tus momentos de embriaguez.
Tomé mis cosas, salí de esa fiesta. Y de repente me encontraba en la calle, caminando, sin dónde ir.
Eran las 4:30 am cuando llegué a mi casa. Me encerré en mi cuarto a llorar. Todo mi cuerpo se puso tan mal...
Las luces estaban apagadas, mi puerta llaveada. Mi vestido roto, mis pies con heridas por esos estúpidos tacones que me puse para llamar tu atención. Mis ojos llenos de rímel, mis mejillas con rubor, todo mi rostro contorneado y con iluminador.
Ahora todo estaba estropeado. No solo mis ojos lloraban, mis piernas también, estaban llenas de tus cicatrices, mis brazos chorreaban...te odiaban. Pero mi corazón aún te amaba.
Mi cama llena de tinte rojo. Un tinte que lo llaman el color del "amor"...la "pasión", pero en mí solo causaba destrucción.
Devastada tomé el estuche de mi violín. Lo quite con la misma delicadeza que quitaba y adentraba mis dedos en mí al recordarte.
Con los mismos dedos que toqué tu cabello, con los mismos dedos que tomé tu cintura en el baile de tu gran fiesta, con los mismos dedos que te empujaron a conocer a quién ahora sabe cada una de las notas de tu canción, canción que podría tocar con los ojos cerrados, con esos mismos dedos apreté las cuerdas de mi violín.
Llorando, sangrando, destruida, disfrute apretar esas cuerdas, me herían al tacto. Mis dedos dolían. Me recordaba a algún dolor...Oh, me recordaba al dolor que sentí cuando ví que ahora eran sus manos las cuales estaban en tu cintura, tocando las notas de una canción que recién estaba comenzando. La canción que alguna vez fue nuestra.
Cerré mis ojos...y me dejé llevar. Esa noche todo se acabó.
Ahora compuse una nueva canción y le cambié las cuerdas a mi violín.
Ya no lloro al tocar...ya no me duelen las manos...y sé más qué nunca que estas nuevas cuerdas sí valen la pena.