Su mirada analítica escarba mis entrañas hasta hacerme tragar saliva. Me observa, me destapa con ese par de ojos negros profundos, respira profundamente buscando al culpable ¡No soy más que un actor! Me imagino diciéndole a la cara. Mis piernas tiemblan para simular que también me preocupa, finjo que estoy angustiado, elevo mis suspiros y mis vellos se levantan gracias a los nervios que sé fingir. Al desviar su mirada, conservo mi aspecto preocupado e irritado; siento que me miran, escudriñan el centro de mi consciencia, buscan el culpable del tan atros asesinato.
"¡Y ¿quién será el culpable que se esconde entre nosotros treinta?!" oía gritar a un hombre enojado. Su rostro moreno emanaba ira, su cabello se levantaba y sus ojos se ponían rojos. Las sospechas surgían por cualquier acto sospechoso.
Me encuentro sentado en esa silla rota fingiendo preocupación. De tanto fingir, mi organismo me juega malas pasadas y comienzan a ser acciones nerviosas.
Nerviosismo.
Nerviosismo.
Y de nuevo, siento sus miradas analíticas escudriñando mis entrañas. Duele, duele tanto que mi abdomen comienza a arder y mis pupilas se encogen con rapidez. Todos me miran, me miran con fuertes sospechas. Me señalan y hablan sobre mí con susurros tan claros como sus almas.
Dolía, dolía tanto como la cuchillada que recibió mi corazón segundos después de que tres hombres altos me señalaran.