Debería estar viendo una película con Joseph, precisamente para eso estaba allí. Pero no podía concentrarse en absoluto. Optó por dejar de intentar centrar su atención en la pantalla, donde se sucedían una variedad inconexa de imágenes que ya no comprendía, para entretenerse con algo que estaba más a su alcance.
Sus manos inquietas decidieron casi por cuenta propia que querían descubrir —en cambio— que tan concentrado podría estar el chico con él rozando a consciencia cada jodido centímetro de su caliente cuerpo.
Y no le haría la tarea fácil.
Sin siquiera un ligero titubeo metió la mano bajo su pijama y tomó su polla entre los dedos.
La piel de su miembro era suave contra su mano, sus venas tensas marcaban tortuosos patrones justo bajo la superficie, y joder, su cuerpo ardió en una dulce combustión. Se sorprendió acerca de lo condenadamente caliente que lo ponía un ligero roce.
¿Cómo demonios podía ser tentado de aquella forma con una simple caricia?
Demonios, no había pretendido ser él quien resultara tan malditamente turbado.
Hubiera creído que Joseph estaba nulamente afectado por su contacto si no fuera por los pequeños jadeos que soltaba cada vez que él descubría nuevas formas de tocarlo. Aún mejor fue su reacción cuando encerró la cabeza de su polla en un puño relajado y lo acarició rápido. Sintió como su vientre se apretó y su respiración quedó atrapada en su garganta.
Lo miró al rostro. Encontró sus ojos cerrados, los labios entreabiertos y una expresión tensa. Su propio pene se hinchó y comenzó a palpitar en protesta por su estúpida negligencia.
Joseph inhaló repentina y profundamente y forzó sus ojos a abrirse. La mirada depredadora en sus oscurecidos ojos, hizo temblar violentamente su vientre. Y el aire quedó atrapado dentro de su pecho.
Con un movimiento repentino, Joseph lo volteó sobre su espalda y cubrió su cuerpo con el suyo.
— Entiendo. Sé captar una indirecta.
Julian sonrió.
— ¿Y qué indirecta era?
— Qué quieres ser follado aquí mismo y hasta perder la razón.
— Quizás —dijo pensativo—. O quizás sólo me gusta la sensación de tu polla en mi mano— replicó de forma burlona.
Joseph descendió sobre él. Su duro cuerpo contra el propio. Su piel se sentía fresca donde lo tocaba. Probablemente porque él mismo estaba en llamas.
— Creo que preferirías la sensación de mi polla enterrada profundamente dentro de ti —le susurró suave al oído, mientras le mordisqueaba el lóbulo y luego dejaba caer húmedos besos a lo largo de su garganta. Julian gimió y envolvió su cuerpo con los brazos, abriendo las manos sobre su espalda baja, llevándolo más cerca.
La sangre corría a través de su cuerpo mientras su corazón palpitaba cada vez más y más rápido. Su piel en instantes se sobrecalentó. Quería que cada centímetro del cuerpo de él conociera cada centímetro del suyo. Lo necesitaba fuertemente.
La boca del chico se movió hacia su clavícula y le arrancó un gemido de tormento desde la parte trasera de su garganta. Abrió sus piernas, abriéndose amplio para él, queriendo justo lo que le acababa de decir que buscaba: la sensación de su polla enterrada profundamente en él.
Bajo sus besos, su carne volvía a la vida, cada terminación nerviosa en sintonía con el placer y la necesidad. Los pulgares que acariciaban con suavidad sus pezones estaban comenzando a volverlo loco.
Pero así como todo comenzó, todo acabó. Con el sonido de sus compañeros de piso entrando ruidosos y manteniéndose en el umbral paralizados y estupefactos por haberlos encontrado en una posición sumamente comprometedora y surrealista.