Perezosa y adormilada se trepó a la cama dispuesta a dormir, por lo menos, dos días si era necesario luego de una maldita semana ocupada al límite que había tenido. Estaba condenadamente exhausta y su cuerpo le reclamaba por un descanso largo y sublime. Sin embargo, no llegó a cerrar sus ojos cuando Lía irrumpió en su habitación.
Con el mismo rostro de cansancio y pasos pesados se tumbó en la cama, a su lado.
— Usurparon mi cuarto —se explicó mientras la cogía de la cintura y la atraía hacia sí, mientras hundía suave el rostro en su cuello—. Vi más de lo que quería de Emilia y Sofía, déjame dormir aquí o tendré pesadillas —pidió desde un lugar profundo de su garganta.
Paola se tensó.
Sentía al corazón correr acelerado y ruidoso en su pecho.
— ¿Po-por qué debería darte asilo? —preguntó lo más firme que pudo, pero su cuerpo traicionero no cooperaba y la voz le tembló—. La cama es pequeña —añadió sin convicción intentando soltarse de su apretado abrazo, aunque no pudo. Lía se mantenía imperturbable y, joder, su dulce aliento le hacía cosquillas.
— Hueles bien —le susurró somnolienta y Paola se mordió el labio violentamente.
La jodida chica estaba demoliendo sus defensas y todo su ser se estremecía por su causa, y no se daba cuenta.
¿Creía realmente que podría dormir con ella ahí, en la misma cama y aferrada a su cuerpo?
— Es el gel de ducha —respondió a su cumplido con ironía mientras volvía a forcejear para despegarse de la chica, aunque con nulos resultados—. Está bien. Puedes quedarte, pero suéltame de una jodida vez...
— No
— No juegues —dijo casi suplicante y sin poderlo evitar.
Eso fue lo que hizo que finalmente Lía levantara la mirada.
Sus ojos se encontraron por mucho tiempo y Paola debió bajar la vista por la fuerza de su mirada. Sin embargo, Lía le levantó el rostro una vez más.
— Estoy demasiado cansada como para jugar esta noche —le dijo pícara—. Pero unas horas de sueño obran maravillas en mí. Te haré rogar una y otra vez por más en la mañana, es una promesa...
Paola se ahogó con sus últimas palabras y Lía rió complacida.
— Duérmete de una jodida vez —farfulló entre dientes, molesta por su broma y condenadamente abochornada por haberlo imaginado todo, de forma fugaz.
— ¿Ansiosa? —rió la niña y se ganó un codazo en las costillas.
Se hizo la adolorida y de inmediato tuvo a la niña a su lado preocupada. Sin embargo, con un movimiento rápido dejó a Paola con la espalda sobre las cálidas sábanas y se horquetó sobre ella y tan jodidamente cerca que el pulso de la chica se disparó. Todo su rostro estaba caliente y sonrojado.
— Yo lo estoy —masculló muy cerca, tanto que su aliento le golpeó los labios — Y, demonios, al parecer no estoy tan agotada como creí...
El beso voraz y sensual que le robó la dejó entumecida y perpleja, pero en algún momento reaccionó y respondió de forma instintiva. Su piel ardiente clamaba por ella con tanta fuerza que estúpidamente se dejó llevar.
Incapaz de pensar en nada más.