Nuevamente aquella molestia. No era necesario voltear para saber que ella estaba ahí, viéndolo "discretamente", era tan cansado. Cada día desde que la conoció era lo mismo, sentir sus ojos clavados en él, ponerse nerviosa cuando la atrapaban en el acto, pero de cierta manera también era... divertido.
Sin querer, con el pasar del tiempo, su presencia se hacía cada vez más cotidiana, agregándole algo de color a su monótona y triste vida, pero como siempre, tiende a arruinarlo todo.
Solo fue un momento, un día en el que estaba tan de mal humor que ni su amigo más cercano se animó a hablarle, estaba molesto, hastiado, lo único que quería era terminar ese día de mierda y encerrarse en su habitación, pero ella... no sé merecía ser la receptora de toda su frustración.
Le dijo palabras tan hirientes, tan detestables que el solo hecho de recordarlas hacia que quisiera enterrarse en un hoyo y jamás salir. Sus lágrimas, aquellas que caían sin cesar por culpa de su estupidez serían un doloroso recuerdo que lo perseguirá por el resto de sus días, y también... su mayor arrepentimiento.
Poco a poco comenzó a ver cómo se alejaba, como ya no lo miraba y más pronto que tarde su insistencia acabo por completo.
Sentía un vacío enorme, su ausencia lo afectó más de lo que pensaba, pero era demasiado cobarde como para acercarse a ella, tratar de darle una disculpa, pues la conocía, sabía que era demasiado buena, demasiado amable que terminaría por perdonarlo, sin embargo, sabía de primera mano que una simple disculpa jamás borraría las atrocidades que le dijo, por ello, solo se quedo ahí, simulando que nada había pasado.
Pronto su presencia fue desvaneciéndose con el viento, como si nunca hubiera estado ahí, devolviéndole aquello que tanto había anhelado: Su tranquilidad, pero ¿Por qué se sentía tan solitario?
Tantas veces rogó, tantas veces pidió a alguna deidad por tener de vuelta su tan querida rutina, entonces ¿Por qué no era feliz?
Sin darse cuenta, sin siquiera buscarlo, comenzó a verla a la distancia, de reojo, dibujando mentalmente su rostro, sus expresiones, devorando sus sonrisas.
Tal vez ella ya no estuviera detrás de él, pero ahora él se encargaría de devolverle todo lo que le dió, con la esperanza de ser en algún momento lo suficientemente valiente como para rogar por su perdón.
Con el pasar de las estaciones, lentamente y sin prisa, su corazón comenzó a latir acelerado cada vez que su cabellera aparecía ante sus ojos, volviéndose cada vez más hermosa, más radiante ¿O es que acaso ya lo era? No lo sabía y no le interesaba averiguarlo, pero no era lo suficientemente tonto como para no saber que sus sentimientos por ella habían cambiado.
Ya no anhelaba su soledad, ya no quería vivir en ese mundo gris, quería brillar a su lado, quería reír, llorar, alegrarse y entristecerse con ella, a su lado, porque sabía que, si era con ella, nada podría ser malo.
Lo haría, le diría, se acercaría a ella, le pediría perdón y serían una pareja, después de todo, ella siempre promulgó su amor por él a los cuatro vientos, estaba seguro que ella le correspondería, tal vez hasta lloraría.
Decidido, camino en su dirección, su corazón palpitando tan fuerte que era capaz de escucharlo retumbar en sus oídos. Vio su sonrisa, tan brillante como siempre, sus hermosos ojos, su delicado rostro. Sus manos temblaban y sudaban por la anticipación, pero su ensoñación... se rompió.
Sus sonrisas, sus miradas... no eran para él.
Veía como las lágrimas corrían por su rostro, pero al contrario de las que él había causado, estás eran ocasionadas por la alegría, por la felicidad, pero él causante de ello, no era él.
El anillo se deslizaba por su dedo con delicadeza, lentamente, burlándose de su desdicha, de su tardanza, pues era tarde, demasiado tarde.
¿Cuándo fue que sus ojos dejaron de mirarlo?
¿Cuándo su corazón comenzó a latir por alguien más?
Lo sabía, él sabía. El causante de su desdicha era él mismo.
Tanto tiempo la observó, tanto la anhelo, pero ella jamás lo miró, no después de aquellas crudas palabras que jamás recibieron disculpa.
Y ahí estaba, con una expresión tan estoica como siempre, dedicándole una débil sonrisa a la feliz pareja, felicitándolos, aunque por dentro se permitía seguir en su ensoñación, imaginando ser él quien es abrazado, quién es besado por aquella musa.
Al final de cuentas, era un idiota, el idiota más grande del mundo.