Me siento estancada...
Estos últimos 3 años estuve deambulando en una supuesta relación con la que me obsesioné físicamente.
Un verano ardiente en el que caí completamente.
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El primer año fue como saborear el dulce nectar de un nuevo, alto y fornido cuerpo.
Ese néctar que invadió mi lugar secreto tocó en lo más profundo de mi ser.
El cuál quiso más, más y cada vez más.
Gruesos dedos penetraron mi dentro de mí el cuál se convirtió en agua cada vez que se recorria.
Mi clítoris ya no podía esconderse.
Su lengua llegó al punto mágico... y un fuerte sonido fue escuchado.
Mi pequeños labios y entrada no eran suficientes ante esa virilidad masculina que me mostraba desvergonzadamente.
Mi más bella fruta cambió de color.
Un durazno que se complacía con suaves pero bruscos golpes.
Mis Senos fueron puestos a prueba por una escurridiza lengua.
¿Qué sabor tienen? Dijo.
Ese duro cuerpo me quemaba con cada embestida.
Mi cabello se acomodaba al arte sexual.
El acto se repitió innumerables veces está saciar la sed que se desbordaba intensamente.
Ya lo había hecho pero se sintió como la primera vez.
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Mi segundo año fue tan malditamente complaciente.
Sentí un poder dominante el cual no beneficiaba a mi cuerpo.
Fuertes movimientos de cadera corrompían severamente mi lasciva mente.
El reflejo en el espejo ya no era un acto vergonzoso.
Aunque era invierno cientos de jadeos calientes invadian la habitación.
No había un lugar donde el verano ardiente no tocara..
Un romance frenesí llegaba a su tope.
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El último y desastroso año fue un fracaso exitante.
Nuestros lascivos encuentros se hicieron menos frecuentes.
La supuesta relación llegó a un altibajo brusco.
El acto se torno doloroso.
Por momentos sentí que ese dolor era lo único que él quería escuchar.
Pude sentir placer... pero no sentí satisfacción.
Dónde habían quedado esos delicados toques que habían florecido hermosamente.
Mi ego se torno inseguro.
No era dolor lo que quería sentir, mi cuerpo pedía más pero mi mente no lo permitía.
Me volví codiciosa.
El dulce néctar que había probado, era el único manjar que podía permitir ser derramado sobre mí.
Ya no podía hacerlo.
Dejé que ese ardiente verano pasara y se congelara con el frío y duro invierno.
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¿Volveré a saborear ese placentero pero asfixiante sabor?
Mi cuerpo divaga preguntando a mi mente si hice lo correcto.
Me siento estancada...