La respiración comienza a hacerse más pesada, cuesta llenar los pulmones y parecen agitados, como si hubiese corrido durante horas, días...
El pecho arde, duele, con cada intento de obligar a mi cuerpo a ingresar una bocanada de aire para oxigenar el cerebro.
El temblor se siente primero en los hombros, vibra todo el torso, acompañando el movimiento de los músculos que tratan de acomodar el cuerpo para que vuelva a estabilizarse.
La tensión no se hace esperar, apareciendo para seguir complicando todo el cuadro.
Y el aire que se siente pesado, respirar casi parece imposible.
Y la cabeza con miles de pensamientos cruzando de un lado a otro...
–¿Qué pasaría si...?–
–¿Y si no pasa...?–
–Pero entonces...–
–¿Y qué hago si esto no...?–
–¿Y si lo hago...?–
–Pero si no lo hago, no voy a saber...–
–Pero... Y si sí lo hago...–
Y otra vez el temblor de los brazos, ahora también lo siento en las piernas...
La espalda se siente rígida pero encorvada, y si me muevo, duele...
Y otra vez los mismos pensamientos cruzándose por mi cabeza, desgarrando mi alma entera mientras yo intento concentrarme, dejar de darle vueltas a todo, dejar de sobrepensar...
El temblor que no se va, y el llanto que me empieza a ahogar.
Un nudo enorme en mi garganta me ahoga, sumado a la insistente sensación de no poder respirar.
El temblor sigue y sigue, y la cabeza empieza a doler, mucho...
Duele porque estoy pensando demasiado pero no puedo dejar de pensar, no sé cómo hacerlo...
Trato de desviar la atención hacia otra cosa.
–Pero... ¿qué pasa si no puedo...?–
–No, yo nunca voy a poder...–
–Ni siquiera sé por qué se me cruzó por la cabeza que iba a poder...–
–Todos los demás tienen razón... Yo soy un desastre...–
–Ni siquiera puedo conmigo misma, mucho menos voy a poder con todo lo que me rodea...–
–¿Por qué siquiera se me cruzó por la cabeza que iba a poder hacerlo?–
–No... ¡No puedo seguir pensando así!–
–Tengo que poder...–
–Y si no puedo, pido ayuda...–
–¿Y si no puedo pedir ayuda?–
–¿Hay realmente alguien que me pueda ayudar?–
–No tengo amigos...–
–No tengo familia...–
–Entonces... Estoy sola...–
–No quiero estar sola...–
De nuevo tiemblo.
–Pero nunca dejé de temblar.–
Me ahoga el llanto.
–Pero ya estaba llorando... Nunca dejé de llorar desde que esa primera lágrima se escapó.–
–Ya no sé qué más hacer...–
–Es como un enorme monstruo que me devora desde adentro...–
–Si, eso es.–
Un monstruo gigantesco que me quita el aliento y devora mis entrañas, retorciéndose por todo mi interior, metiendo sus garras en cada rincón de mi ser, para desgarrarlo todo a su paso.
Y la sola idea de saber que tengo este horrible ente dentro de mí me horroriza...
–Y si alguien supiera lo que siento...–
Si solamente una persona en el mundo comprendiera el terror que se siente cuando la ansiedad ataca tan descaradamente desde adentro...
Porque, sí, eso es lo que hace la desgraciada ansiedad...
–Desde adentro... Te devora.–