Las ondas del agua se movieron en sincronía mientras ella se deslizaba grácilmente entre ellas, nadando silenciosamente y sin dificultad. Si elevaba la mirada hacia arriba, debido a la claridad de la luna llena, podía ver como la luz emitía un titilante brillo entre las olas, lleno de encanto sutil hacia la superficie. Pero solo en la superficie. Las aguas bajo ella eran profundas y oscuras. Opresivas.
No solía sentirlas con tanta fuerza como ahora, pero el hambre que sentía era increíblemente desgarrador, y no podía contener la sensación de insatisfacción en su interior.
Se movió entre las olas como si bailara y su cabeza rompió la superficie con un sonido de chapoteo inestable. Buscó con la vista un lugar donde descansar en el exterior y se sentó sobre una roca saliente con su larga cola de pescado aun rozando las aguas. Estaba débil y su vulnerabilidad la hacía ver aún más hermosa y frágil. Como si pudiera romperse en cualquier momento.
Un cruel y frío viento silbó sobre su cuerpo y sus cabellos mojados como si sintiera un profundo repudio al hecho de haber salido a la superficie.
Su piel de jade estaba aún húmeda por la inmersión y el inclemente viento parecía capaz de calarle los huesos, pero aquel detalle a la bella sirena no le importó en absoluto. Abrió sus labios temblorosos y comenzó a cantar con suavidad. Su voz se elevó hacia el cielo llevando su tristeza, su soledad y su dolor en oleadas intensas, caóticas que podrían hipnotizar al más cuerdo.
En la distancia alguien la oyó. Un hombre guapo y varonil, cegado por las dulces y dolorosas notas fue atraído hacia ella casi sin su consentimiento. El impulso fue tan incongruente que tenía una fuerte sensación de incomodidad y el ceño fruncido profundamente. Sin embargo, toda su inquietud desapareció al conectar miradas con la hermosa muchacha que entonaba aquella penetrante melodía.
Él no era alguien imprudente. Nunca lo fue. Sin embargo, en aquel momento no se hizo preguntas acerca de nada y continuó acercándose a la mujer, sin vacilación. Sin, ni siquiera, encontrar extraña la situación.
Una niña cantando a la luz de la luna, semidesnuda y mojada como si recién hubiera salido del mar, nada de esto capturó su interés. Estaba absorto en su voz. En el canto agridulce. En la honda paz en la que se hundió su corazón.
Se detuvo a una decena de pasos frente a ella. Su voz gradualmente se transformó en silencio cuando llegó al final de la extraña canción y lo miró largamente.
Las comisuras de los labios de la niña se movieron lento y le ofreció una deslumbrante sonrisa, llena de calma y encanto que encubría sus verdaderos pensamientos.
Él no notó cómo, aquella que debería haber sido una sonrisa agradable, rápidamente se transformó en un instante en una mueca perturbadora. Estúpidamente no fue consciente de nada más. Sus ojos se habían cerrado de forma inconsciente al verla inclinarse ligeramente hacia él. El hombre, que esperaba un beso, no tuvo tiempo de reaccionar... antes de que fuera devorado por la hambrienta sirena.