Aroma a café, ese es el perfume que inundaba mis mañanas, pero este día era especial. Me encontraba sentada en mi leal cubículo de mi cafetería favorita, sobre la mesa reposaba una deliciosa malteada de chocolate y crema. Como amaba la crema de este lugar.
Estaba impaciente ya quería que las horas pasarán para poder verlo, mis piernas tiritando retorcíendome el estómago, impidiéndome la agradable degustación de la malteada. Ya hacía tiempo que no venía y realmente había extrañado este lugar, este ambiente tan tranquilo y único que hacían de mis momentos más importantes, los más preciosos de mi vida.
Observé mi celular hincando una sonrisa embelesada, había recibido un mensaje de mi primo. ¿Por qué demoraba tanto? Ya estaba ansiosa y quería verlo, no podía esperar más.
Solté un suspiro y moví mis piernas tratando de calmar los nervios, algo que fue inútil. Aún así chequee mis redes sociales en un intento desesperado de pasar el tiempo y relajar los estúpidos nerviosa que me habían revuelto el estómago.
De repente una figura masculina se sentó frente a mi; era delgado, 1.70 metros de alto, cabello rubio que caía sobre su frente y cubría sus ojos. Tenía una sutil seriedad en su rostro que daba serenidad.
El chico estiró su mano sobre la mesa tanteando el mármol oscuro. El chico no podía ver, era ciego. Realmente no sabía que hacer asique solamente me quedé en silencio obsevandolo, ¿Que le iba a decir? mientras pedía un café helado. Al terminar hincó una dulce sonrisa revelando unos hermosos dientes blancos con colmillos prominentes.
Saco una tarjeta de su bolsillo y la deslizó sobre la mesa para luego marcharse, curiosa la levanté, está estaba en braille.
Así es como mi crush se ganó mi corazón. La tarjeta tenía escrito su nombre y número.