El cielo se volvió fangoso como si la tinta se hubiera vertido en el agua y lo hubiera oscurecido. La noche empezó a caer como una pesada e inamovible cortina sobre los mortales, abrumándolos con su presión.
Luca era indiferente a esta etérea y sofocante presión, porque Luca no era un mortal.
Un demonio había tomado posesión de este cuerpo, cuando el joven ya no tenía fuerzas para seguir y ahora el verdadero Luca estaba profundamente dormido.
Aquel demonio llenó su cuerpo con energía demoníaca permitiéndole a su corazón seguir palpitando. Aunque Luca respiraba y se movía, no parecía tener emociones. Tampoco había calidez en su cuerpo.
El demonio era como neblina en un contenedor cerrado, pero este pequeño demonio dentro se sentía más vivo de aquella forma que incluso antes de caer del reino celestial. Al menos poseía la libertad de vagar sin rumbo, sin que nadie lo detuviera, lo juzgara o le prohibiera hacer cualquier cosa que estuviera por fuera de las reglas.
Esta piel humana le permitió observar el mundo mortal bajo una nueva luz. Nada era hermoso en los suburbios donde habitaba, pero la gente reía. Horribles sonidos hacían eco en los callejones, pero a veces oía a alguien cantar y todo se detenía a su alrededor por un momento para escuchar con atención. A pesar de que el mal vagaba entre ellos, la gente también se preocupaba desinteresadamente por la otra.
Allí se sintió menos inhumano.
Estaba agotado de su propia existencia. Quizás por eso comenzó a fingir.
Y, tal vez, había bajado sus defensas al ver un lado diferente en esta nueva piel.
Esa noche siguió a un conocido de Luca hacia una fábrica abandonada. Había visto a este hombre repartir hogazas de pan a los niños, pese a su apariencia feroz, y no sentía temor o rechazo hacia aquella persona. Sólo indiferencia.
Sin embargo, su expresión cambió un poco al sentir un aura de muerte y el olor de la sangre concentrada en aquel sitio.
Era un matadero, dijo con gravedad el hombre y sus sospechas fueron barridas en gran medida. Aún podía sentir un rastro fresco de sangre, pero no estaba muy seguro de ello porque el hedor a óxido y encierro era muy fuerte.
Se dejó guiar hasta un lugar profundo y oscuro. Cuando el hombre encendió las luces de aquella habitación se sintió un poco desconcertado y entró en alerta sin poder evitarlo. Había un hilo de energía maligna persistente en aquel cuarto.
Aquella persona le pidió que esperara y se dirigió a una habitación contigua, dejándolo solo por un momento.
Luca no pareció oírlo. Estaba profundamente perdido en sus pensamientos mientras intentaba descubrir porqué sentía una extraña familiaridad con aquel remanente de energía que salía de un cubo cubierto.
Se acercó como por inercia. Su curiosidad llegó a su límite y su mano se detuvo vacilante solo por un momento antes de descubrir la tapa que sellaba aquel cubo.
Lo que vio en el interior lo dejó completamente perplejo. Paralizado. Incluso sus pensamientos sin rumbo se detuvieron.
Uno de los niños de la calle en la que el verdadero Luca creció lo miraba desde el fondo del contenedor con los ojos cargados de terror, pero su mirada hueca contenía el velo oscuro de la muerte. Su pequeña cabeza había sido cercenada de un solo golpe y arrojada allí como simple desperdicio.
Luca no podía procesarlo. Ni siquiera cuando el hombre regresó con un machete afilado y una sonrisa desquiciada en sus labios. Lo miró largamente sin poder conectar los puntos. Sin poder hacer que se mueva siquiera un solo centímetro de aquel cuerpo prestado. Preso de la confusión lo oyó rugir y acercarse con el arma en alto dispuesta a descargarse sobre su cabeza.
Sus pupilas se encogieron, pero no se movió. No parecía ser capaz de poder hacerlo.
Reconoció finalmente porqué había un rastro de familiaridad en aquella hebra de energía. Aquel era un mortal, a punto de transformarse en demonio de la matanza.
Sin embargo, cuando el golpe iba a caer sobre él, un destello blanco cegador seguido del sonido de la carne al ser rebanada llenó la habitación. Aunque no fue Luca quien acabó tendido en un charco de sangre fluyente como un río rojo, sino aquel asesino. A su lado, se materializó un ser etéreo y deslumbrante con los ojos grandes cargados de pánico. En sus manos temblorosas aún sostenía una espada larga y clara como luz de luna, manchada con la sangre de aquel hombre. Sus alas semi-desplegadas se habían teñido también con la sangre de aquel desgraciado.
"Maté a un humano..."
La hermosa voz que podía sacudir el corazón de cualquiera salió en apenas un hilo contenido, como si no pudiera creer lo que había hecho.
Luca aún no podía procesar que un ángel, luego de salir de quién sabe dónde, había salvado su vida, cuando un suceso aún más sorprendente sucedió inmediatamente después. Un vórtice comenzó a materializarse lentamente y desde sus profundidades una voz resonó con autoridad.
"Le has quitado la vida a un mortal, sabes las consecuencias. Tu delito es causante de una inmediata expulsión"
Los mensajeros habían llegado increíblemente rápido y venían a extirpar las alas a aquel ser de luz.
El demonio, que momentos atrás había perdido todo rastro de lucidez, al escuchar la sentencia reveló decisión. Formó un sello y bloqueó temporalmente aquel pasaje. No iba a permitir que atrapen a aquel ángel que no había hecho nada malo.
Observó su conmocionado rostro y su corazón se saltó un latido. Suyo o de Luca, no lo sabía.
Vio también su rango y se sorprendió... ¿por qué enviarían en su primera misión a perseguir a un mortal a punto de dar el último paso antes de convertirse en un demonio?
Algo se sentía mal.
El ángel estaba en shock, y el demonio no quería dejarlo a merced de esas reglas que lo transformaron en lo que era ahora. Con un dedo apuntó entre las cejas de aquel ser de luz y el joven ángel se desvaneció en sus brazos. Con aquella marca borró su aura angelical y lo llevó con él.
Debía averiguar qué había sucedido.