Un hombre de negocios de mediana edad, con su ajustado y costoso traje gris hecho a medida y su rostro apuesto ligeramente descompuesto por el éxtasis, miraba embelesado a la increíble mujer a su lado en el sofá de aquella habitación privada del club al que frecuentemente asistía.
Nunca había visto a esa mujer, de eso estaba seguro. Definitivamente no era una mujer que podrías olvidar con facilidad.
Su cabello oscuro como la tinta caía en una sedosa cortina sobre su espalda, y sus ojos verdes lo tenían cruelmente hipnotizado. Había caído en ellos y no podía escapar de su magnética atracción. Tan atrapado estaba en ellos que no vio la sonrisa malvada que adornaban los hermosos y carnosos labios de aquella peligrosa mujer.
Ella se inclinó ligeramente, exponiendo sus atributos y susurró de forma coqueta alguna cosa en su oído mientras sus dedos jugueteaban con el botón superior de la camisa masculina. Sin embargo, de inmediato la tez de aquel hombre se volvió macilenta, e irónicamente oscura a la vez.
La conmoción y el terror fueron tan grandes que despertó por completo del embrujo al que la muchacha lo había sometido desde que había ingresado a la habitación.
Sin embargo, no tuvo oportunidad de gritar o pedir ayuda. En realidad, no pudo reaccionar de ninguna forma. Sus ojos llenos de confusión y miedo quedaron permanentemente grabados como su última expresión antes de morir.
Justo después de que aquel hombre diera su último aliento, una serpiente pequeña salió de entre sus ropas y reptó por las largas y exuberantes piernas de la mujer. Hizo su recorrido hasta los brazos de la muchacha y se enroscó dócilmente en su muñeca. Inmediatamente después se transformó en un extraño tatuaje. Muy realista, sí, pero inofensivo y sin vida.
Así, se retiró de aquel sitio bajo el velo silencioso de la oscuridad y tras un apagón provocado por ella misma, sin ser detectada por nadie más. Aunque, justo después de haberse ido, alguien entró en aquella habitación abruptamente, con un arma de fuego en sus manos. Aquella persona, después de un breve sondeo, tanteó la garganta del hombre asesinado y soltó un suspiro cargado de frustración.
No había llegado a tiempo.
Aquel hombre, enfundado en un traje de policía, guardó su arma, sacó su móvil en un segundo y marcó un número rápidamente.
— Ha escapado —dijo de forma rígida—. Envía a los chicos.
Él había estado siguiendo una pista firme y aun así había perdido la oportunidad de capturar al culpable.
Lo que este hombre no sabía era que la sicario contactada para llevar a cabo cada uno de los crímenes no era tan simple como podría llegar a especular. Él no sabía siquiera que era una niña, mucho menos que tenía algunos trucos bajo la manga bastante impresionantes. Como, por ejemplo, su pequeña serpiente venenosa camuflada en un tatuaje.
Además, sólo la forma de atraer a las víctimas era siempre la misma. Una mirada y quedarían presos de una ilusión tan poderosa que los hacía increíblemente dóciles. Luego, envenenaba a sus presas en un momento de descuido. A veces, con veneno de serpiente, otras de escorpiones, alacranes o arañas, y antes de enviarlos al infierno les susurraba el nombre de la mujer que había pagado por el trabajo. Una mujer a la que probablemente aquel bastardo le habría arruinado la vida.
Esta joven y bella sicario era como un ángel de la venganza. Sus asesinatos limpios y rápidos.
Aquel policía no sabía cómo sentirse al respecto porque, una vez que investigaban a las víctimas y las posibles causas acerca de porqué alguien contrataría a una persona para asesinarlos, encontraría crímenes aún más atroces perpetrados por ellos.
No sabía qué pensar de aquel hábil y esquivo homicida, pero sin dudas estaba impresionado.
Atrapaba violadores, asesinos, drogadictos, golpeadores, manipuladores y la peor escoria de la clase alta. Masacraba alegremente a los imbéciles que se creían intocables por tener un alto poder adquisitivo. Hacía, con alarmante facilidad, el trabajo sucio que policías como él no podían a causa de sus altos mandos corruptos hasta la jodida médula.
Se sentía en conflicto y esa vacilación trajo consigo a otra víctima asesinada casi delante de sus narices. Aunque sabía que esta persona merecía una muerte todavía más horrible de lo que finalmente obtuvo. Quizás por ello, casi inconscientemente, lo utilizó como cebo.
Este policía estaba actuando en solitario, siguiendo pistas que sólo él conocía, por eso no podía ser visto en la escena del crimen.
Salió rápidamente pensando que el hombre todavía poseía algo de temperatura y su cuerpo no estaba en absoluto rígido. Era posible que el asesino no hubiera ido muy lejos. Sabía que no era probable dar con esa persona, menos aún en aquel lugar turbio lleno de habitaciones privadas y mujeres rondando de un lado para otro para servir a sus clientes, pero debía hacer un intento.
Muchas niñas al ver su uniforme se tensaron profundamente. Se sintió impotente una vez más, por su estado y el cargo que llevaba. ¿Cuántas de ellas habrían caído en aquel sitio por redes de trata? No quiso pensar en ello, porque no era por eso por lo que estaba ahí.
Sin embargo, no pudo quitar la mirada de una niña en particular.
Una hermosa muchacha con el cabello oscuro y unos encantadores ojos verdes teñidos de recelo y... ¿diversión?