Una suave brisa se deslizó entre los dos y su recorrido se ralentizó. Pareció volverse más aletargada y densa al pasar torpemente por allí, como si el ambiente tenso en esa brecha entre ellos la solidificara. Había una impactante ferocidad en sus miradas conectadas.
Si alguien distraído pasara por allí, podría incluso sentir como su corazón se enfriaba y desestabilizaba sin contemplación ante los vestigios gélidos de ese orgulloso y agresivo choque de miradas. Sin embargo, absolutamente nadie estaba presente para verlos compartir aquella mirada llena de desafío y nadie más sabía que habían ido allí a escondidas a competir en aquel que sin dudas era el partido más significativo y, también, el menos esperado para ambos.
La cancha de básquet a esas altas horas de la noche estaba completamente vacía y solitaria. Ni un alma errante querría entrometerse allí. Solo los dos permanecían en ella, mirándose fijamente como si nada más existiera, y si las miradas pudieran matar, hace mucho se habrían convertido en un par de charcos de carne y sangre en el suelo.
Este partido largamente atrasado definiría definitivamente la disposición completa de la cancha.
Las batallas por su posición habían llegado a un nivel aterrador y como los capitanes de sus propios equipos enfrentados, su responsabilidad era evitar más luchas sin sentido. Aquel mano a mano pactado por ambos, pretendía dar fin a los incontables enfrentamientos que se sucedían casi a diario.
Llevaban meses ignorando los encuentros ilegales y desafíos entre sus equipos. Sin embargo, ya no podían hacerlo más. Las eliminatorias del campeonato regional se encontraban a la vuelta de la esquina y debían evitar lesiones entre sus jugadores.
Inevitablemente, debían resolverlo en una cancha.
— Diez puntos —susurró Sebastian y sacó del bolsillo una moneda brillante, vieja y extraña. Sin decir más, simplemente la arrojó al cielo y la atrapó, con esto decidió el destino de quién atacaría primero.
Los ojos de Alex brillaron al reconocer esa moneda como la moneda de la suerte de Sebastian, e incluso se percató acerca de que el joven no había pedido que decidiera entre cara o cruz. Aún recordaba su infantil resolución y su inquebrantable decisión sobre cruz que 'no cambiaría jamás'. Naturalmente aquello pinchó su corazón, pero su rostro implacable no reveló lo más mínimo.
Sin más demoras, el juego comenzó.
Desde un inicio sabían que ninguno iría fácil con el otro. Sin embargo, subestimaron lo competitivos que podrían volverse, y lo decididos a ganar que siempre habían estado.
Alex reflexionó profundamente. La defensa de Sebastian ahora era sólida, y sus movimientos habían mejorado. Sus bases siempre habían sido buenas desde un principio, pero no esperó que Sebastian llegara a un punto donde rozara la excelencia.
Al mismo tiempo, Sebastian se regañaba mentalmente. Pensaba que, si bien había mejorado mucho estos largos años, aún no podía superar la gran montaña que era Alex en su corazón. Él todavía podía predecir sus movimientos con una facilidad aterrorizante. Podía ver a través de cada uno de sus esquemas y desbaratarlos como si fuera lo más sencillo.
Odió sentirse tan pequeño e impotente frente a él.
Levantó la mirada mientras hacía rebotar hábilmente la pelota una y otra vez, de un lado a otro buscando una oportunidad. Alex lo seguía sin descanso. Su cabello oscuro como la tinta estaba empapado casi por completo y el sudor corría por su garganta como si estuviera bajo la ducha. Su respiración era fuerte y pesada, y parecía demostrar cuán duro estaban luchando por sobrepasar al contrario. Aquellos detalles sobre su aspecto y estado lo hicieron perder el enfoque por un momento.
Aunque, rápidamente, volvió en sí.
Dio un paso hacia adelante y él lo siguió de inmediato formando una defensa firme. Debió retroceder nuevamente.
Sin embargo, Sebastian descubrió algo. Alex no miraba hacia la pelota, su juego de pies, o los movimientos de su cuerpo en absoluto. Su mirada estaba firmemente sujeta a su rostro, absorbiendo cada gesto, cada jadeo irregular que soltaba por el esfuerzo e incluso parecía esconder un deleite misterioso en aquella mirada. Como si no pudiera apartarla de él.
Sebastian, consciente de ello, se llenó de un anhelo desconocido. La mirada de Alex era profunda, intensa. Estaba cargada de una melancolía sin fin, pero también algo más. Algo que a Sebastian lo hizo estremecer agresivamente.
Desprendía, sobre todo, un calor dominante que hizo que sus rodillas se aflojaran.
Se sorprendió. Le hacía preguntarse ¿cómo podía contener tanto?
Esa mirada estaba llena de salvajismo y ansiedad.
Se acercó sin apartar los ojos, con resolución y la pelota en las manos mientras se disponía a atacar. Involuntariamente chocó con el cuerpo duro de Alex. Al notar su error quiso sobrepasarlo, pero perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer. Fue atrapado justo antes por el chico. Todo el cuerpo de Sebastian se tensó al sentirse aprisionado en los brazos fuertes de Alex.
Dejó escapar un jadeo ahogado.
Su torpeza lo había llevado justo al lugar que siempre quiso evitar, e incluso se llevó una sorpresa aún mayor cuando el chico se inclinó y lo besó profundamente.
Seis años evitándolo. Seis años huyendo de él. Seis años rivalizando con Alex en la academia, deportivamente, y en la vida misma sin motivo aparente o claro. Seis estúpidos años se extinguieron solo así como así con un beso impaciente.
Tal vez fueron seis años negando algo que siempre existió en su interior, porque sin entender qué hacía, devolvió el beso con ansiedad.