Cuando cerraba los ojos dispuesta a dormir, una imagen brumosa aparecía. Vívida. Dominante. Resistente a sus propios deseos de ahuyentarla se mantenía obstinadamente presente hasta que lograba al fin entrar en un sueño profundo, y a veces ni siquiera en sueños quería partir.
Al principio eran imágenes dispersas y sin sentido, pero lentamente fue tomando forma hasta dibujar, línea a línea, una imagen hermosa. La imagen de unos ojos duros e intensos. Unas cejas esculpidas, firmes y severas, llenas de arrogancia y mal temperamento. Unos labios finos sin el mínimo atisbo de sonrisa o cualquier rastro de otra expresión que no fuera la perpetua indiferencia. Así como también una nariz alta y recta, y un perfil con unas líneas tan perfectas que el mejor escultor adoraría.
Pronto sus noches se consumieron con imágenes de esa persona. Un desconocido que trepaba hasta sus sueños, perturbándolos con sus impertinentes apariciones.
Muchas noches luchó hasta la frustración extrema intentando evadir la presencia de aquella persona, otras tantas intentaba convocarlo más cerca, retándolo a responder sus inquietudes, porque ¿qué diablos hacía ese sujeto allí siempre?
Pero él no estaba dispuesto a interactuar. Solo se quedaba mirándola con firmeza e intensidad, y sus ojos eran como dos brasas ardientes que la quemaban sin contemplación. Su mirada intimidante y voraz resultaba terriblemente incómoda.
Ya no podía descansar bien en las noches.
Aún peor, luego de escuchar las absurdas historias de amores predestinados, hilos del destino y almas gemelas qué las muchachas con las que trabajaba relataban con tanta ilusión y solemnidad, mientras que a ella todo aquello le resultaba bastante risible y cómico.
Aunque tras un momento de escuchar con indiferencia, algo llamó su atención y no fue capaz siquiera de sonreír. No pudo dejar de oír la historia extraña de una situación que le ocurrió a una de ellas luego de la lluvia de estrellas que había surcado el cielo de la ciudad una semana atrás.
Desde aquella noche la niña experimentó lo mismo que ella; comenzó a ver a una persona en sueños y, algo espantada, fue al chamán que su madre visitaba seguido. El hombre explicó de una forma escatológica que los cambios astrológicos sucedidos aquella noche habían afectado la sensibilidad de la mujer y fue por ello que pudo ver a su persona destinada. No muchos consiguen percibirlo, pero en el ciclo anterior su amor fue profundo y las secuelas de ello hicieron que descubriera las facciones con las que esa persona nació en esta vida.
Un escalofrío le recorrió la columna, pero violentamente sacudió sus pensamientos.
Era una simple coincidencia.
Ese día sus ojeras eran grotescas y sus compañeras de oficina intentaban arreglar de algún modo el deplorable estado en el que la dejó una nueva noche de insomnio involuntario, con capas de maquillaje, preguntándole casi insistentemente qué cosa la traía tan alterada. Les contestó de forma evasiva y desdeñó sus preocupaciones con un silencio indiferente.
No es como si pudiera decirles que un hombre la tenía de aquel modo, porque las conocía demasiado bien. Sabía que antes de terminar la frase crearían un descontrol y el bullicio sería tan fuerte que haría temblar las paredes.
Ella era completamente ajena a las cosas que aquejan a sus compañeras con respecto a su apariencia e incluso los conflictos sentimentales le parecían absurdos. Carecía de recato y femineidad. Era puro impulso. Una luchadora incansable. Perder noches de sueño por un hombre, por más que éste fuera ficticio y modelado simplemente de su imaginación, haría que aquellas mujeres se volvieran locas de entusiasmo. Aún peor luego de haberlas oído suspirar por la historia de la bella secretaria atormentada por las noches con la imagen de alguien que no recordaba.
Persiste en ignorar las señales.
— ¿Están seguras que funcionará? —preguntó insegura acerca de la capacidad de que el maquillaje pudiera cubrir su rostro lleno de marcas profundas de mal sueño. Sin embargo, había visto obrar milagros en ellas luego de una cruda o un llanto desgarrador, casi sin dejar rastros, y sometió a su inquieto corazón.
Pero, ¡cómo no podría ponerse nerviosa si le habían encomendado una de las misiones más importantes de la empresa y ella se encontraba en aquel deplorable estado!
Los representantes de la empresa inversora llegarían en cualquier momento y ella no sabía qué expresión componer, tenía el corazón envuelto en un puño tenso en su pecho. No podía arruinar aquello, se decía incansablemente llena de determinación.
Sin embargo, la ansiedad sacudió su cuerpo cuando sintió un caos interior fuera de sus dominios. El exterior entró en un alboroto producto de la inquietud del personal ante los recién llegados, ella sintió que algo dentro suyo temblaba profundamente. Lo atribuyó rápidamente a los nervios y soltó un suspiro trémulo, involuntariamente tembloroso.
La muchacha que cubrió su rostro de panda lo mejor que pudo le sonrió tímidamente y le levantó los pulgares en un silencioso aliento mientras se retiraba con paso apresurado a su cubículo. Su oficina quedó enseguida invadida por una calma aparente que presagiaba tormentas.
El séquito de personas trajeadas, envueltas en un aura de superioridad y un velo de inaccesibilidad fueron llevadas hasta su oficina. Sus piernas casi cedieron ante el nerviosismo al erguirse para presentar sus respetos. Sin embargo, fue su corazón el que se hundió como una piedra en el mar.
El sujeto de sus pesadillas estaba allí. Delante de todos como la figura principal de uno de los dramas cursis que su hermana no se cansaba de ver. Incluso podría ser cierto que se tratara de un importante CEO o un heredero absoluto con una inestimable fortuna. Ella no lo sabía, ni le importaba. Todo lo que tenía en mente en esos momentos era que el hombre había escapado de sus sueños para pararse estoicamente frente a ella, haciéndola temblar. Derrumbando en piezas diminutas su mundo perfectamente idealizado, convirtiendo todo en ruinas. En sus ojos solo estaba él. Todo se difuminó a su alrededor y solo su imagen era perfectamente visible. La imagen de la persona que dominaba sus noches con su fuerte presencia.
Vio un destello de confusión en los ojos llenos de una profundidad insondable de aquel hombre y su reacción le supo extraña. Como si él también la reconociera.
Aunque no se detuvo a reflexionar, él se acercó a ella y extendió su mano en un saludo muy profesional. Ella titubeó sólo un instante y su mano sudorosa apretó la del hombre. Un segundo después el corazón y la cabeza le dolieron inexplicable y violentamente, y todo quedó a oscuras.
Ella se desmayó.
Perdida en la inconsciencia, imágenes extrañas y dispersas cobraron sentido delante de sus ojos.
Dos niños en un parque jugaban apartados uno del otro y en completa soledad, uno sonreía alegremente, el otro tenía la mirada vacía y distante. Sin emociones.
El niño que llevaba una sonrisa permanente en el rostro no cesaba de mirar en dirección del otro pequeño, como si estuviera preguntándose qué hacía que un niño se viera tan devastado en un parque lleno de colores y atracciones diversas. Se acercó sin maldad, queriendo preguntar. Sin embargo, no hubo respuesta ni reacción por parte del otro niño.
El tiempo transcurrió. Ellos crecieron. El niño frío, se volvió un joven aún más inalcanzable, mientras que el niño alegre no perdió su sonrisa. Aún seguía mirando en secreto al muchacho, con el corazón lleno de incógnitas. Ya no se atrevía a preguntar directamente, pero no dejaba de pensar en la real historia detrás de su gélida y endurecida expresión. Lo que no sabía el muchacho de alegre sonrisa era que, cuando él apartaba la mirada, el chico lo miraba de vuelta con una ansiedad en sus ojos casi dolorosa.
Ella despertó aturdida. Tenía el rostro completamente humedecido por las gotas saladas y calientes que escurría de las esquinas de sus ojos. No sabía cómo, pero supo en ese momento que lo que vio, fueron destellos de una vida pasada y el preludio de un amor que no debería haber sucedido.
Alguien entró a la habitación del hospital en el instante en el que enjugaba sus lágrimas con torpeza y no vio con claridad.
Casi le sonrió espontáneamente porque había recordado que no debía arruinarlo y era exactamente lo que había hecho ni bien aquella importante persona entró en su oficina. Imprudentemente iba a soltar alguna broma sobre lo sucedido, pero el inicio de su sonrisa se desvaneció enseguida, mientras se sentía paralizada. No había ingresado a su habitación de hospital, ninguna de sus amigas, sino el ejecutivo inversionista que también era el principal culpable de que no pudiera dormir en las noches.
Su corazón volvió a doler. Esta vez con más intensidad. Casi sentía que su estúpido órgano se iba a partir en miles de fragmentos en su interior. Lo miró llena de perplejidad e indecisión y una idea se plantó en su mente: Era él. Siempre lo había sido.
La imagen se superpuso con la del niño apático y sintió las mismas vehementes y reprimidas emociones que el joven de la sonrisa eterna.
Un nuevo ciclo se había cumplido.