Teo observó a las nubes en la distancia porque no se atrevía a mirar hacia abajo. Aunque la profundidad de la caída no era tan imponente, lo asustaba irremediablemente más.
Sintió la brisa en el rostro con ojos entrecerrados mientras su mente revivía con cruel obstinación cada horrible segundo de su estancia escolar. Estaba como en trance. El hostigamiento diario, el acoso y su propia impotencia lo tenían sumido en la más profunda y aterradora desesperación. En un bucle de auto desprecio capaz de enloquecer al más cuerdo.
Su mente era un caos, aunque en su rostro no podía descubrirse ni la más mínima fluctuación. Había en ella una calma y frialdad escalofriantes. Una tranquilidad que ocultaba una tormenta feroz a punto de consumirlo. Todo estaba oscuro a su alrededor y no encontraba salida. Solo sentía un dolor sordo y punzante que lo desgarraba a jirones por dentro.
Quería escapar de su propia piel.
Ahora caminaba peligrosamente por la cornisa odiándose por ser tan vulnerable y débil.
Repentinamente y mientras los ojos le escocían incapaz de contener las estúpidas lágrimas que hacían brillar la superficie de sus pupilas, sintió que la muerte no era un abismo de dolor, sino la orilla de la liberación.
Se subió al extremo saliente del edificio sin dejar de mirar hacia el horizonte como si quisiera escapar, pero antes de que pudiera hacer algo irreversible, una voz desagradablemente cercana lo detuvo. No porque aquella persona quisiera impedir su salto en realidad.
Aquel desconocido simplemente exteriorizó un bostezo aburrido, que lo tomó desprevenido.
Teo casi saltó en su sitio del susto, pero estaba en un lugar poco estable, involuntariamente fue consciente de sí mismo y no perdió el balance, ni el equilibrio.
"Sabía que no era buena elección tomar una siesta en la terraza", dijo el extraño con voz somnolienta y grave.
La indiferencia y despreocupación de la frase lo desconcertó indeciblemente. Aún más porque creía haber visto antes a aquella persona. ¿No era acaso el profesor vagabundo que daba clases de filosofía?
Con su andar desgarbado y una cojera evidente, la barba descuidada apenas recortada y el perpetuo desprecio en su mirada hacia todos y todo a su alrededor. A pesar de no ser alguien especialmente mayor, se había vuelto un chiste entre los alumnos que formaba académicamente e incluso sus propios compañeros de trabajo lo miraban hacia abajo.
No parecía censurar que un estudiante estuviera a punto de dar oficialmente un paso hacia el abismo para acabar con el sufrimiento interno que lo mantenía en un espiral de desesperación y desequilibrio imposible de controlar.
Se acercó con paciente e irritable tranquilidad, como si todo aquello no tuviera que ver con él. Como si no estuviera, en realidad, frente a un prospecto de suicida. Simplemente miró hacia abajo apoyándose de forma descuidada sobre el barandal, desde donde el joven estaba subido, mientras calculaba la distancia hacia abajo.
"Buena altura", masculló de forma apreciativa y agregó rápidamente "Aunque, hay demasiados obstáculos aquí. Me temo, no será suficiente para acabar con tu vida." Le dio una larga calada al cigarrillo y elevó la mirada hasta que sus ojos se encontraron. Lo observó con insensible indiferencia a través del espeso humo.
Teo no dijo nada. Había quedado entumecido por la sorpresa y la confusión. ¿No debería este hombre reprobar su comportamiento, intentar evitar que hiciera algo estúpido o incluso regañarlo por estar en un lugar que estaba estrictamente prohibido para los estudiantes?
Como si no le interesara que era lo que estaba en su mente, el joven profesor apartó la mirada y siguió murmurando bajo sin convicción, como si lo hiciera consigo mismo.
"No servirá", masculló con suavidad. "A lo sumo pasarás un largo tiempo en el hospital. Viendo lentamente como las cuentas del tratamiento se incrementan, dificultando la vida a tus padres. Con suerte no te quedarán secuelas. O tal vez termines en una escuela viviendo tu mediocre vida como educador, sin intención ni vocación, debido a unas estúpidas conexiones."
Una extraña sonrisa tiró de sus comisuras.
Sin prisas consumió su cigarro, pensando en quién sabe qué cosas y sin voltear a verlo de nuevo ni una sola vez. Cuando hubo acabado se giró y volvió dentro del edificio cojeando ligeramente.
Teo no reaccionó. Antes de siquiera saber qué había pasado o cómo contestarle, la voz de aquel extraño profesor se elevó llevando hasta él una última frase.
"Inténtalo..." incitó sin la menor emoción en la voz. "Seré tu conexión en este horrible lugar"
Perplejo lo vio alejarse como si no le interesara en absoluto su seguridad, y sintiéndose mareado se bajó de aquel lugar alto, olvidando completamente su intención mientras miles de preguntas bombardearon su cerebro entumecido. ¿Qué demonios le había querido decir? ¿Estaba acaso aquel sujeto relatando su propia historia?
Teo no supo exactamente cómo regresó a casa aquella tarde.
No lo notó, pero aquel encuentro desafortunado cambió su visión. Su mente estaba llena de incertidumbre. No podía quitarse la sensación de que aquel hombre escondía en su interior un mundo oscuro y profundo del que apenas había arañado la superficie.
Sin esperarlo se sintió atraído por su aire casual e indiferente. El joven profesor observaba todo con desapego, como por parte de un hábito y él era incapaz de despegar la mirada de aquella peculiar persona.
Involuntariamente se acercó a él. Quizás por curiosidad. Tal vez porque sentía alguna extraña conexión.
De algún modo, y con el tiempo, se hicieron cercanos. Teo encontró, con extrañeza, que aquel joven profesor asocial y huraño podía sonreír; y su sonrisa, para su sorpresa, era increíblemente hermosa en realidad. Descubrió también que era inesperadamente atractivo a su modo, y los demás llegaron a notarlo un poco después, cuando apostó casualmente con él y logró que afeite su desagradable barba de mendigo. Los ojos del profesorado y las alumnas se fijaron en él instantáneamente y Teo sintió un malestar incontrolable que dominó todos y cada uno de sus sentidos.
No quiso pensar en ello con detenimiento, pero no pudo dejar de pensar tampoco que aquel sentimiento extraño que lo asaltó sorpresiva y posesivamente se parecía mucho a los celos.
Rápidamente se deshizo de aquellos pensamientos. Pero, mientras estaba viéndolo corregir unos trabajos con el ceño fruncido en profunda concentración, sintió el absurdo impulso de deslizar los dedos por las arrugas de su frente para eliminar aquella tensión. Logró contener aquella insólita urgencia pero su estúpido corazón se movió como si se sintiera descontento por su propia y cautelosa resistencia.
Le gustaba. Reconoció con algo de temor. Le gustaba mucho.
La evidencia de aquello lo asustó y quiso refutar, pero fue absurdo. Al principio se resistió a la idea, sin embargo cuando el joven profesor levantó la mirada de los trabajos a medio corregir, y lo observó con desconcertada atención, él ya no pudo negarlo u ocultarlo más.
Inexplicablemente se miraron a los ojos sometidos a una atracción imposible de dominar. Sin embargo, alguien más fue consciente de las emociones que exudaban tan abiertamente el uno por el otro. El extraño incluso tomó fotografías de ese momento lleno de intimidad, vilmente feliz con su descubrimiento.
Teo nunca habría imaginado que aquella tarde de viernes, un día usual como cualquiera en el que lo único extraordinario fue la sensación de ser consciente de sus propios y profundos sentimientos, sería también la última tarde que pasaría con él.
Luego de aquel día, desapareció por completo de su vida.
Nunca antes se había atrevido a preguntar si la historia que relató en su primer encuentro fue real. Sin embargo, Teo lo supo tiempo después.
Aquel profesor sí había sido acosado y su hostigamiento fue tan severo que lo llevó literalmente al borde de la muerte. Sí, había subido a una terraza similar, y sí había tomado la decisión que el muchacho por su interrupción no tuvo el coraje. Todo por su orientación sexual.
Teo entendió luego por qué él desapareció de su vida sin otra palabra. El hombre lo hizo simplemente para protegerlo. Debido a eso, aquellas fotos malintencionadas no se filtraron, pero su corazón no estaba tranquilo con ello.
Luego de su graduación lo buscó incansablemente sin encontrar siquiera un rastro. Se había evaporado como el rocío con el sol. Como si nunca hubiera estado ahí en primer lugar.
Derrotado, Teo aprendió a vivir con su recuerdo, y cuando creyó que lo había olvidado él regresó. Pero ya no era la misma persona. En nada se asemejaba a la imagen que se mantenía aferrada a sus memorias.
Se había vuelto una persona gélida e inalcanzable. Exitosa y algo cruel.
Tuvo miedo de aparecer frente a él. Sintió terror de desbaratar lo que el hombre había forjado con esfuerzo. Teo era ahora solo un pasante y él el más importante directivo de aquella sede. Tal vez nunca llegarán a cruzarse sus caminos nuevamente, sopesó con el corazón adolorido pero igualmente feliz de volverlo a ver. Y con eso en mente dio un paso atrás, alejándose de aquella persona que fue y siempre sería la más importante e irremplazable de su vida.
Pero el destino actúa de formas extrañas. En su retroceso golpeó a un importante cliente y este hizo un escándalo tan grande que cientos de ojos se centraron en los dos en un instante, entre ellos los de él.
Sus miradas se cruzaron por un momento y Teo sintió que todo a su alrededor perdía el enfoque. Solo podía verlo y a ese casi imperceptible cambio en sus ojos, repentinamente cálidos y llenos de anhelo.
Él tampoco lo había olvidado después de todo.