Solo cinco millas separaban los Clanes Yao y Ziming. Cinco millas de tierra infértil y un desierto aún más infernal. Cinco millas de desesperanza y vestigios en la tierra yerma de una guerra demasiado larga. Un campo de batalla extenso, desierto momentáneamente, por el que algunas bestias feroces y aves carroñeras pululaban en búsqueda de comida.
En una ronda de exploración cerca de la frontera, los guerreros del Clan Ziming descubrieron una persona al borde de sus fuerzas, luchando por su vida contra una de estas bestias hambrientas. No estaban seguros o predispuestos a ayudar, pero A-Gu no iba a quedarse solo a observar. Tomó su arco y, con un sibilante y preciso tiro, atravesó el cráneo de la criatura a punto de devorarse a aquel bastardo desafortunado.
El joven, con las pocas fuerzas que aún le quedaban, levantó la vista lleno de agradecimiento en la mirada, descubrió entre la multitud a su salvador y le sonrió de forma resplandeciente, con la sonrisa llena de debilidad, totalmente ensangrentada y petrificada en su rostro, cayó inmediatamente en la inconsciencia.
El grupo no quería cargar con la responsabilidad extra que significaba regresar al Clan con un desconocido en aquellas pésimas condiciones, pero debieron bajar la cabeza ante la imposición y aceptar a regañadientes la demanda de su líder.
La orden había sido dada A-Gu directamente, y no podían de ningún modo desobedecer.
Así, hicieron su regreso al campamento, inesperadamente con una persona más en sus filas.
Con los cuidados otorgados en aquel sitio, el extraño forastero se recuperó lentamente. Pese a que su cuerpo había sufrido heridas de consideración, algunas bastantes severas, pronto reveló mejoría. Aunque una buena parte de sus salvadores lo habrían dejado morir, sino fuera porque A-Gu se preocupaba sinceramente por él.
Estuvo tres días completos en coma. Su progreso era lento, pero significativo. Cuando despertó al tercer día, A-Gu estaba a su lado estudiando con firme atención su rostro magullado. Su mente aún perezosa se quedó por completo en blanco, desconcertado y somnoliento creía aún estar soñando. O quizás finalmente había muerto. Sin embargo, el dolor en su cuerpo era bastante real.
Aquel ángel increíblemente hermoso junto a él, le habló con suavidad y preocupación, pero no pudo oír sus palabras. Estuvo un buen tiempo sin poder salir de su aturdimiento, o deducir qué es lo que éste le quería decir.
Por un instante pareció recordar algo y su mente neblinosa reconoció que no era un ángel, ni un ente enviado del más allá, sino su salvador. Sin embargo, aquella persona a su lado era tan cegadoramente atractiva que su corazón pateó en su pecho como si quisiera escapar para mantenerse un poco más cerca. Suave, su cerebro asimiló la situación. Reaccionó y contestó con torpeza a la mayoría de sus preguntas.
La versión del muchacho acerca de porqué fue encontrado en aquel sitio en medio de la nada tenía muchas lagunas y A-Gu demasiada experiencia, sabía que había ocultado mucho más de lo que estaba realmente dispuesto a contar, pero lo pasó por alto. Solo momentáneamente. El joven no podía moverse, pensó de forma persuasiva para sí, y tenía también la interna sensación o la esperanza quizás de que pudiera ser el joven de la profecía. O tal vez podría simplemente ser de ayuda luego, cuando se recuperara por completo.
Su nombre, real o no, era LiNing. Decía provenir del sur y su destino no parecía claro incluso para sí mismo.
Su historia no era muy creíble, pero a A-Gu le gustaba sentarse a su lado y oírlo divagar.
Las visitas ocasionales se volvieron más regulares. Una extraña conexión pareció surgir entre los dos, quizás debido a que sus personalidades eran demasiado similares a pesar de sus grandes diferencias. Sin embargo, A-Gu es un guerrero capaz y de alta jerarquía, su amistad con aquel desconocido don nadie generó malestar en los demás. Celos. Envidia. A tal punto que, en una noche de tormenta, incluso alguien intentó asesinar a LiNing.
Casualmente A-Gu no podía dormir y decidió hacerle una visita y molestar al pequeño bastardo que se quejaba siempre acerca de lo mucho que se aburría en soledad.
Al encontrarlo en aquella situación en la que peligraba su vida, la estabilidad mental de A-Gu casi se desmorona en pedazos. Su furia fue tan aterradora que infundió un profundo terror en los corazones de sus subordinados y todo aquel que fue testigo de su escalofriante arrebato.
Cuando la calma regresó, A-Gu fue capaz de ver que sus emociones se habían salido completamente de control, ¿por qué?... porque le importaba demasiado el joven. Su corazón había saltado increíblemente inquieto al encontrarlo en peligro.
Luego de esa noche, LiNing comprendió que ya no podía permanecer en aquel sitio. Odiaría ser el causante de los problemas de A-Gu siendo que fue tan bueno con él, y decidió escapar. Sin embargo, no llegó demasiado lejos. Gente de Yao patrullaba los alrededores, fue capturado y llevado a su base.
Su rostro juvenil y bonito provocó perversas olas en el interior de aquel grupo lleno de malas intenciones. Se relamieron los labios mientras la idea de corromperlo violentamente se acrecentaba en ellos hasta dejarlos casi sin aliento. Sin embargo, su depravación se extinguió en el acto al llevarse una sorpresa inmensa. Descubrieron el tatuaje del Clan en el pecho del joven.
No era tampoco un tatuaje cualquiera, sino el de la mismísima realeza.
De inmediato se sintieron inmensamente desconcertados. Aunque rápidamente se recuperaron. El pequeño príncipe desertor había caído en sus manos, ¿había mejor fortuna que aquella?
Entraron instantáneamente en una discusión salvaje: ¿Qué hacer ahora con él?
Unos optaban por llevarlo a Yao y pedir una abultada recompensa por ello. Otros querían entregar simplemente la cabeza del joven e incitar la ira del Clan sobre el Clan Ziming, para acelerar el proceso de esta larga guerra y acabar definitivamente con el enemigo.
En medio de su debate, no fueron conscientes de las alertas y el caos se hizo presente. Al campamento lo invadieron guerreros del Clan Ziming, sedientos de sangre. A la cabeza, nada más ni nada menos que la persona más feroz y escalofriante que hayan podido ver en su jodida vida: el comandante A-Gu.
Su mente solo estaba enfocada en rescatar al joven capturado por aquellas personas.
Su reencuentro fue estremecedor, memorable. La frívola máscara que LiNing había intentado mantener se derrumbó por completo ante la sinceridad de los actos de A-Gu, y su corazón parecía querer explotar en su pecho lleno de emociones profundas y conflictivas.
Fue finalmente consciente de sus sentimientos.
LiNing, este pequeño príncipe temerario, aborrecía su clase. Odiaba profundamente su sangre, su Clan, su posición y el legado de sus antepasados. Había escapado. Desertó sin mirar hacia atrás y sin saber tampoco lo que le depararía su destino o su futuro. No le importó tampoco. Aunque nunca esperó ser acogido por el enemigo, mucho menos que su tonto corazón fuera capturado por el líder GuMing.
Sabía que no había lugar para el regreso. Sabía también que su relación no tenía futuro con A-Gu. Él lo sabía. Lo entendía perfectamente. Por eso, sin ningún tipo de vacilación o duda, comprendió que elegiría, ésta y otras mil veces más, morir por él.
Vio la flecha, antes de que esta aterrizara en el cuerpo de A-Gu. Dio un paso adelante y cubrió con su propia piel al hombre que encontró que amaba más que a su propia vida.
Sin embargo, las cosas simplemente no terminan por salir como lo planeaba. No es fácil morir frente a A-Gu.
El joven comandante vio a través de su intención y cambió de posiciones con unos reflejos dignos de admiración. La saeta se incrustó en su hombro, sin peligro mortal finalmente para ninguno de los dos.
Abrazados íntimamente, A-Gu lo miró a los ojos y lo regañó con ellos, con una dulzura y calidez estremecedora.
— No vuelvas a intentar escapar —le dijo obstinado y lleno de reproche en la voz—. Eres lo más importante, sé exactamente quién eres y confío en ti.
Las palabras hicieron eco en su interior. Se le grabaron en el alma.
LiNing había creído perder todo al huir, pero encontró finalmente su hogar en los brazos que lo sujetaban como si fuera el objeto más frágil o de mayor valor en este mundo.