Levantó una fotografía deslucida y olvidada que descansaba quien sabe desde hace cuándo sobre la alfombrilla del hall de entrada y los recuerdos vinieron a él como la marea. Lo abrumaron. Lo sofocaron.
Lo hundieron.
Resistió la tentación de reír como desquiciado ante la ridícula situación que representaba aquella vieja imagen, pero una sonrisa terca y diminuta se dibujó inestable en sus labios. Se expandió lento dándole una apariencia algo escalofriante. Sus ojos tenían un velo salvaje e inquietante que no podía ocultar de ningún modo la profunda tristeza atascada en ellos.
Su estúpido cerebro había memorizado, sin su consentimiento y secretamente, cada jodido detalle de esa infinita y tormentosa noche. Aún retenía el sonido de la lluvia en el exterior y su cristalina risa, el sabor de su boca y el vino cálido que se fundían con exquisita suavidad en sus besos severamente adictivos. Así como también sus sentidos aún podían reconocer el aroma de su colonia cara y el almizcle cuero de su chaqueta favorita. Era como si nunca se hubiera ido. Era como si todavía pudiera verlo. Sentirlo a su lado. Aunque solo era una ilusión.
Acarició su recuerdo hasta que la realidad lo despertó con crueldad de sus ensoñaciones.
La lluvia caía fuera de forma enfurecida, como una mala repetición de aquella vez.
Tambaleante como si hubiera bebido se dirigió a la vieja habitación que habían alquilado y compartido hace algún tiempo con él. Seguía pagando por ella como una internalizada costumbre aunque nadie más vivía allí. El lugar permanecía intacto desde el día que el chico se había marchado para siempre. Sin ambos ocupantes ahora parecía tenebrosamente sombría. Demasiado fría. Solitaria y aterradora.
La recorrió tomando detalles mentalmente de situaciones en aquel sitio que creía se habían marchitado, y sin embargo, estaban aún dolorosamente frescos en su mente.
Revivió, con insidiosa crueldad hacia sí mismo, la curiosa vez que había sido atrapado con la guardia baja a causa del alcohol, que provocó que se confesara casi sin intención. Así como también la forma gloriosa en la que le había respondido él, cubriendo su rostro con suaves besos hasta que estalló en sollozos de tensión rota. De alegría.
Musitó su respuesta buceando en sus ojos, llenando sus memorias con la imagen de su rostro radiante de felicidad y de un amor infinito e inconmensurable.
Fragmentos de historias se entrelazan calentando su corazón y enfriándolo nuevamente en una montaña rusa de emociones, porque entendió que ya no volvería a ver su rostro otra vez. Que ya no volvería a oír su risa. Ya no podría abrazarlo ni llenar la habitación con sus suspiros y gemidos bajos.
Allí, en la ciudad que habían crecido. En la escuela en donde habían pasado sus mejores años. En la vieja estación donde le había robado un beso, y en el puente destrozado donde había reconocido finalmente sus sentimientos por él. En cada rincón que pudiera pensar siempre habría un momento, una situación, una imagen, un recuerdo.
La fotografía removió hasta la fibra más sensible de su tonto corazón y, mientras bebía sin control, lloró atado a los recuerdos hasta que el vacío y el dolor lo consumieron, arrastrándolo profundamente a la oscuridad.
A veces, se permitía ser vulnerable.
A veces, regresaba a aquel lugar detenido en el tiempo y se permitía derrumbarse, beber alcohol hasta ahogar las penas de su corazón y caer dormido profundamente, casi rogando por no despertar la mañana siguiente.
A veces, lo extrañaba tanto que no lo podía soportar.