Me tropiezo todos los días. Camino como si no fuera yo. Es como vivir ebrio diariamente. Mis noches no funcionan de nuevo y lloro como un estúpido cobarde. ¿Por qué estoy teniendo esta conversación conmigo mismo?, me pregunto, ¿Por qué debería sentirme deprimido?
Está bien si me miras como si fuera un idiota, tu no eres yo. No importa si no me entiendes. Si no fueras yo, no lo entenderías. Después de todo, es una historia que no quieres entender.
Estoy cantando desde el océano de mis tristezas y sé que para tí, es sólo una canción en tonos amargos, que no quieres oír.
Mi mente está llena de oscuridad. Inútilmente estoy llorando porque no estás aquí, pero... está bien si te vas. Está bien si no me necesitas. Está bien.
Sin embargo, mis pensamientos de nuevo se vuelven un enemigo.
Lo que en realidad quiero decir me quema la garganta: Por favor, cierra mis heridas y cúrame el dolor. Sálvame de los monstruos en mi cabeza. Ellos son mi reflejo y parte de mí. Estoy muy asustado de luchar solo contra ellos.
Callo y bajo la mirada.
Una infinita cantidad de líneas blancas en relieve se marcan angustiosamente en mi piel. Son fantasmas de viejos cortes desiguales, unos profundos, otros superficiales de antiguas derrotas contra mis demonios interiores. Recuerdos repentinos me azotan, recuerdos crueles y dolorosos, donde mis ojos vacíos miraban sin ver aquellas heridas abiertas en gritos silenciosos.
Esa sonrisa, tu sonrisa, que siempre apaciguaba la peor de mis tormentas hoy vuelve a mi memoria para generar violentas e internas tempestades, y ya no estás aquí.