Me fijo en tantas cosas, que no sé si seré una persona observadora o solo alguien más sin nada mejor que hacer, el trabajo es monótono, así que el aburrimiento nunca tarde en venir, a veces para pasar el rato, me gusta, adivinar las vidas de los demás basándome en detalles insignificantes; una pulsera que parece más una manualidad, de cintas amarradas, cuentas de colores, deshilachada, sonrió, pensando que de seguro vale una fortuna para el niño que la hizo y obsequio madre. No muy lejos, una señora malhumorada que estalló ante la mínima equivocación de la cajera en turno, misma que se quedó en silencio al sentir a su marido cerca, nunca sabemos las batallas que atraviesan otros, pero aún así seguimos dejándonos llevar por las apariencias, al menos ya se de donde vienen sus ganas de herir a otros.
Una madre que sonrío al desearle los buenos días y correspondió derrochando felicidad, otra que por el contrario, mi saludo solo le genero más disgusto que el que ya tenia, como si eso fuera una pérdida de tiempo, ordeno tan rápido que casi no logro registrarlo y al entregarle, no se molesto en dar las gracias, ni verme a los ojos.
El servicio al cliente es desgastante, pero es sorprendente ver la variedad de actitudes que se pueden encontrar en una sola jornada.
El tono de voz, la energía de la mirada, la seguridad de la caminata, como reaccionan cuando se encuentran en público, hay tantas posibilidades que desencadenan esas formas de ser, que es imposible que acierte aunque sea a una de mis deducciones. Lo sé, y aun así me entretiene, me gusta pensar que el mundo es un escenario y que esos extraños son los personajes de una historia, una que me he inventado en pleno aburrimiento, a veces con tan solo escuchar un poco de sus platicas, pero que seguro, será más interesante de lo que podría ser en la realidad.