—Tienes doce minutos —dijo una voz masculina proveniente de un hombre de máscara, sentado en el alféizar de la ventana abierta.
Entonces el joven se giró.
Corrió por el pasillo tan largo que parecía extenderse por kilómetros.
Corría y corría. Su corazón a mil.
Su frente goteaba sudor y sus piernas temblaban mientras sus pasos veloces tocaban el suelo.
En un momento su tobillo se dobló y cayó al piso, pero, ya no había uno que tocar.
El joven habíase caído por un agujero y durante su descenso no pudo evitar gritar aterrorizado.
Al poco tiempo comenzó a escuchar gritos horribles que venían de abajo.
Mientras mas caía el furor de esos gritos se intensificaba y se avistaba en el fondo un punto naranja que con el pasar de los segundos se volvía más y más grande.
El joven había dejado de gritar entrando ahora en un estado de inmovilidad y adormecimiento de sus extremidades.
Su mente en conflicto, nadando en una variedad de pensamientos de miedo y desesperación.
El calor asfixiante y olor pútrido tragó por completo la figura en descenso del joven muchacho.
Aquél punto naranja se hizo tan inmenso que pareció arroparlo como una escandilante esfera de fuego.
Al fondo de éste había un mar de formas extrañas que nadaban y se retorcían, extendiéndose hacia arriba. Hacia él.
Al estar más cerca fue capaz de notar que esas formas eran un montón de brazos y manos. Algunas humanas, otras no lo parecían. Que salían de un gran pozo de sangre y huesos.
Sus oídos fueron perturbados por los penetrantes gritos de auxilio y sufrimiento que surgían de ese mar de muerte.
Aquellas manos se extendían hacia él como si fuese la salvación en una tormenta infernal.
Estaba a pocos metros de caer por completo a merced de aquellas horrendas garras ahogadas, cuando su tobillo fue sujetado por una mano arriba de él.
Tirando la vista hacia arriba, vió que era el mismo hombre de la ventana, el que le advirtió que corriera. El que le advirtió que huyera de él.
—Dame la mano. Si me das la mano, no caerás.
El joven no se movió, ni habló.
—¿Qué crees que le pasa a los vivos lanzados al pozo de la agonía?
Su corazón latía tan fuerte que parecía haría un agujero en su pecho.
—Dame la mano, si lo haces no te dejaré caer. Si no, vivirás, pero no como te gustaría.
Aquél hombre, cuyo rostro era cubierto por una mascara blanca; parecía estar agachado en un simple pozo tan profundo como un barril de cerveza, extendiendo su mano y sujetando al joven muchacho sin esfuerzo alguno, como si sujetara una muñeca de trapo en su lugar.
—Te di doce minutos para escapar, pero ya casi terminan, solo te quedan doce segundos ahora —dijo mientras recostaba la cabeza a un lado—. Tienes doce segundos para decidir darme la mano o no... Uno.
Los ojos del joven se ampliaron como platos.
—Dos.
Ahora podía escuchar el fuerte latido acelerado de su corazón.
—Tres.
Los gritos de auxilio de esas cosas inhumanas hacían doler sus oídos.
—Cuatro.
¿Sería lo mejor darle la mano a aquél hombre?
—Cinco.
«Quiero salir de aquí» pensaba.
—Seis.
«Si le doy la mano, ¿Qué me pasará?»
—Siete.
«De cualquier forma, me espera la muerte»
—Ocho.
Una mano se extendió y tomó su cabello, halándole hacia abajo.
—... Nueve —probablemente, ese hombre de máscara estaba disfrutando todo esto.
Mientras tanto, el joven muchacho sentía que iban a arrancarle el cuero cabelludo, mientras el agarre en su tobillo continuaba firme.
—Diez.
No aguantó más.
Se extendió tanto como pudo para darle la mano a aquél sujeto, sin embargo, éste no se movía ni un poco más abajo.
Él debía moverse lo suficiente para poder tomar la mano del de la máscara...
—Once.
Con sumo esfuerzo se estiró aún más, tanto que logró tomar por fin la mano del otro. Sus ojos fuertemente cerrados del miedo.
Hubo un corto silencio antes de que el sujeto respondiera con un simple monosílabo: "Uhm".
De pronto, la mano que sujetaba su cabello fue cortada, liberándolo del agarre.
El grito del dueño de esa mano fué tan fuerte que hizo temblar su corazón, sin embargo, aquello dejó de escucharse de un momento a otro.
Pareció desaparecer en la lejanía.
Él fue halado hacia arriba, pero el movimiento fue tan extraño y confuso que en vez de salir de un pozo en el piso, cayó de un agujero en el techo.
Al pegar contra el suelo sintió su estómago revolverse y ganas enfermas de devolver, lo cuál no pudo evitar, así que expulsó bocanadas de vómito ligado con hilos sangrientos.
Al terminar, una somnolencia repentina lo fué sumergiendo en un sueño incontrolable. Pero antes de caer dormido, había vuelto la vista al frente, encontrándose con aquél hombre, nuevamente sentado en el alféizar de la ventana.
—Ahora eres la Señora del Vigilante del Pozo de la Agonía. Bienvenido, esposa mía... —dijo mientras sujetaba a un lado la máscara, dejando ver la mitad de un fino rostro con brillantes ojos claros, que le propinaban una mirada punzante.
Luego de eso, todo se oscureció y el joven cayó en un profundo sueño.