El rugido del motor de una motocicleta se escucha llegando a la puerta de entrada de la casa, ella ya reconoce ese sonido y se dispone a acercarse para abrir y dejar entrar al ocupante de dicho vehículo pero, antes de hacerlo, cubre su cuerpo desnudo con una bata larga de color rojo vino que le roza los tobillos con el borde suave de raso.
Expectante de lo que se imagina que va a pasar cuando él ingrese una vez más a visitarla. Abre la puerta sonriendo, encontrándose con su amor, quien le devuelve la sonrisa, esa cálida sonrisa, esos dientes perfectos, blancos, inmaculados, que nuevamente se acercan a su boca para devorarla con fervor al mismo tiempo que las descaradas manos del hombre se cuelan por los costados de su cintura, aprisionándola contra su pecho.
— Mmmm... ¿Estás calentita ya? — cuestiona el joven, hundiendo la nariz en el cuello de la muchacha, que no puede evitar estremecerse al sentir el contacto de la piel de la nariz de aquel joven sobre su cuello y hombro derecho.
— Si... Te esperaba desde hace un rato. — le dice, apartándose un poco debido al incómodo momento, ya que estaban aún en la puerta de la casa, arriesgándose a ser vistos por quien sea que pasara por el lugar.
— Si, perdón, me demoré un poco porque no me arrancaba la moto. ¿Entramos? — le dice el joven, levantándole un poco la barbilla para mirarla a los ojos.
Sin decir nada, solamente mostrando una sonrisa, ella lo deja pasar y cierra la puerta detrás de él.
Juntos van hacia la habitación, tomados de la mano pero sin decir una sola palabra.
Al llegar a destino, ingresan uno detrás del otro, siendo ella quien al final cierra la puerta, mientras él se dispone a empezar a despojarse de sus prendas, bajo la atenta mirada de la mujer.
— ¿Te vas a quedar ahí parada mirándome nomas? — cuestiona el joven, a la vez que se sienta en la cama y termina de sacarse el pantalón y los zapatos.
— No, solamente te estaba mirando. ¿Acaso no lo puedo hacer? — esboza la muchacha mientras camina hacia la cama hasta quedar parada justo enfrente del hombre.
Él no dice nada, solamente sonríe y comienza a deslizar una de sus manos por la apertura de la bata de la joven, notando de inmediato que ella no traía ninguna prenda de vestir por debajo de ésta. Extasiado, le dedica otra de esas fatales sonrisas por las que ella ha caído tantas veces en el pecado del placer carnal.
— Te dije que te estaba esperando... — le responde ella, desatando despacio y con delicadeza el nudo que había hecho con la cinta de raso de su bata.
Él, preso del deseo, desliza uno de sus dedos por el sexo de la mujer, logrando que ésta tiemble suavemente mientras un leve gemido se escapa de su garganta.
Con destreza sigue moviendo sus dedos, frotando los labios y el interior de la joven, agregando también su lengua atrevida que se abre paso en la cúspide de la unión de los labios, provocando cada vez más y más gemidos, hasta que decide frenar su trabajo y se levanta de la cama para volver a besar la boca de la mujer, deslizando con sus manos la bata y haciendo que caiga al piso, a un costado de la cama.
Lentamente, ambos se suben al lecho, dispuestos a devorarse con frenesí.
Ella se recuesta abriendo levemente sus piernas, invitándolo así a posarse en medio; él, sin despegar su mirada de los bellos ojos de la joven, acepta la invitación y se desliza hasta quedar con su miembro rozando la entrepierna de la mujer.
Continúan con un apasionado beso que es interrumpido de vez en cuando para tomar una bocanada de aire, para luego continuar besándose a la vez que frotan sus cuerpos con las manos y en sus partes íntimas se van acumulando fluidos y ensanchándose por la acumulación de la sangre en ese lugar.
Después de unos minutos de estar en esa posición, él le pide que se de vuelta y le dé la espalda, ella, aunque no le gusta mucho esa otra posición, obedece al requerimiento de su amado.
Ya ubicada con sus manos y sus rodillas apoyadas en la cama, siente como él de a poco va frotando otra vez sus partes íntimas hasta que comienza a incrustar muy despacio su miembro, disfrutando los gemidos de la mujer a medida que ambos sienten la manera en la que la carne de ella va abriéndose, dejando paso libre al falo que, sin más, se adentra hasta el fondo de la cálida cavidad que lo recibe.
Poco a poco la cadera del hombre comienza a moverse, deslizando hacia adentro y hacia afuera su miembro, primero lento y aumentando la velocidad a medida que la excitación aumenta.
Ambos continúan moviéndose sin cesar, mientras la habitación se colma de los sonidos de los golpes de las caderas y los gemidos que emiten.
Al cabo de unos minutos, los dos amantes alcanzan la cúspide de su excitación, liberando sus fluidos al mismo tiempo, experimentando los espasmos que corresponden a dicha actividad.
Ya exhaustos, se dejan caer en la cama, quedando uno al lado del otro durante unos minutos.
Luego de haber recuperado el aliento, vuelven a empezar como lo hicieron al inicio del encuentro.
Siguen así, una y otra vez, durante unas tres horas, aproximadamente; hasta que los dos terminan de aplacar sus deseos y se quedan abrazados por unos minutos.
— ¿Querés que prepare algo para tomar? ¿Café? ¿Mate? — pregunta ella, levantando levemente su rostro para encontrase con la mirada de su amado.
— Me encantaría, pero no me puedo quedar. — dice él, soltándola y comenzando a vestirse de nuevo.
Ella se sienta la cama y lo mira vestirse, triste pero sabiendo que él no es suyo, no le pertenece y no le debe nada tampoco; se coloca la bata de nuevo y lo acompaña hasta la puerta.
Ante la mirada expectante de la muchacha, él se pone de nuevo la campera y sostiene el casco en la mano mientras se acerca para volver a besarla en la boca.
La joven responde a su beso y se queda apoyada en el umbral de la puerta del frente de la casa, observando como él se sube a la motocicleta y, antes de colocarse el casco le dice algo que la deja helada...
— ¡Ah! Me olvidaba... Gracias por la despedida de soltero, me caso la semana que viene. — le dice él, sonriendo descaradamente; se coloca el casco y pone en marcha el motor del vehículo, saliendo inmediatamente; dejando totalmente desconcertada a la joven.
Ella sabía que no tenían una relación de pareja, pero nunca se imaginó que él fuera tan desvergonzado como para hacerle algo como eso; y más aún sabiendo que ya tenían una hija en común.
En ese momento, el llanto de la niña hace que la joven vuelva en sí y entra de nuevo a la casa, ahogando las lágrimas mientras camina rápido hacia la habitación de la bebé y la levanta, acunándola suavemente y colocándola sobre su pecho desnudo, donde la pequeña busca desesperada el pecho de su madre y comienza a succionar, calmando su llanto poco a poco.
Aún en shock, se sienta en una de las sillas del comedor, mirando la pared, preguntándose una y otra vez por qué todavía anhelaba el inexistente amor de aquel hombre que tanto lugar ocupaba dentro de su propio corazón.
Vuelve a mirar el rostro de su pequeña hija, que se ha dormido en sus brazos; y se promete comenzar a olvidar lo que alguna vez sintió por ese hombre que solamente la usó para satisfacer sus deseos cada vez que tenía ganas.