Relato "Adonis"
Después de tanta batalla y sufrimiento era el fin. Su cuerpo había quedado sin ninguna reserva mínima de energía que le permitiera tan siquiera levantarse.
A pesar de contar con la ventaja numérica, el enemigo que tenían de frente superaba con creces el poder de todos ellos combinados y aún dándolo todo.
Era algo de esperar, después de todo se trataba de un ser que no presentaba límite como los que tenían los humanos.
Viéndolo bien con su armadura blanca, pulida al punto que presentaba destellos, y con esas alas extendidas que parecían estar formadas por energía pura, parecería que se tratara de una deidad que había bajado del mismo cielo para conquistar estas tierras.
Muy equivocado no estaba, después de todo él mismo se había presentado como el antiguo general de los arcángeles del cielo, Semyazza.
Había sido un error intentar, no, tan siquiera pensar que podrían hacerle batalla a este ser bastante superior en todo sentido.
La sola idea de saber que su fuerza en comparación era un mero juego de niños contra él.
Durante casi toda su vida había sido considerado como uno de los humanos más fuertes no solo del reino, sino del continente.
Había forjado su espada de hierro y jurado proteger todo este lugar, a su gente, pero especialmente a sus amigos.
Ahora mismo esto no era más que puro cuento. Dentro de sus pensamientos había surgido la gran duda de preguntarse siquiera si en verdad había sido lo suficientemente fuerte como para proteger algo.
Su orgullo y determinación habían sido destruidas en un solo combate y su deseo por continuar luchando se habían esfumado.
"No soy lo suficientemente bueno"
Las gotas empezaron a brotar de sus ojos y fueron deslizándose desde su yelmo dorado hasta caer en el suelo ya destrozado.
En su rabia y desesperación quería golpear lo que quedaba del pavimento, pero su estabilidad emocional empeoró cuando se dio cuenta que ni siquiera podía mover un solo dedo.
Era lamentable y vergonzoso.
Solo podía sentir cómo el suelo temblaba por cada paso que daba su enemigo, dando a entender que incluso sus pasos eran equiparables a ese fenómeno tan conocido como un "Temblor".
Había llegado el momento finalmente. En cualquier segundo sabría que su vida había terminado y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.
Él deseaba que fuera así para de una vez terminar con su sufrimiento.
En su lugar, el ser de armadura blanca pasó de él como si un insecto sin importancia se tratara.
¿Qué estaba haciendo? Se supone que él debía ser el objetivo principal primero.
Movió sus ojos hasta ver a dónde se dirigía y de repente se abrieron como platos redondos.
Un poco más atrás de él y unos metros a la derecha se encontraban dos personas que conocía bastante bien.
Belial y Brishen, dos de sus mejores amigos que había conocido hace ya varios años desde que coincidieron en la misma academia.
Juntos habían vivido grandes experiencias y fueron conocidos por ser un equipo dorado en sus mejores tiempos.
Sin lugar a dudas ellos dos eran increíbles, pero ahora mismo se encontraban en el mismo estado deplorable que él, solo que ambos inconscientes.
El arcángel apuntó hacia ellos con su mandoble haciendo notar su gran deseo por exterminar con ellos de una buena vez por todas.
No había forma de que alguno de ellos pudiera hacer para evitar recibir un impacto tan directo en su estado actual.
Quería moverse y evitar que sus tan fieles amigos fueran dañados.
Quería, pero... No podía.
¿De qué servía ser uno de los humanos más fuertes si no podía proteger ni siquiera a sus seres queridos?
Dentro de sus recuerdos surgieron las imágenes que había tenido desde pequeño. La realidad es que siempre fue un niño bastante débil y cobarde en muchas situaciones.
Él no tenía el potencial para lograr ser alguien destacable en su vida. Sus padres le habían dicho que nació con la bendición de la diosa del trueno, Freya, la cual lo había elegido para prestarle su poder.
Cuando por fin decidió entregar su voluntad a ella, fue entonces que recibió ese poder que tanto había anhelado y desde ese momento pudo revertir su futuro.
Y recordar eso era lo que más lo enfurecía ahora. Ni siquiera con ese poder era lo suficientemente bueno como para servir de algo.
Todo este tiempo se resguardó bajo la puerta principal del reino, siendo considerado como la última línea defensiva, y cuando el momento de la verdad llegó... No sirvió de nada.
Estaba abatido, sin fuerzas y sin oportunidad alguna de proteger a sus amigos.
Si tan solo pudiera obtener un poco más de poder. Algo que fuera lo suficiente para repeler este amenaza...
Estaría encantado de sacrificar su vida.
Su vista comenzaba a nublarse y sus pensamientos empezaban a borrarse. Parecía que su destino era morir de esta forma.
Entonces, vio una luz que se deshacía por completo de toda esa oscuridad que estaba a punto de envolver su vista.
Era una figura femenina, creada exclusivamente de energía luminosa de un color dorado. Desde su perspectiva, se trataba de la mujer más hermosa que había visto jamás.
Esa mujer que recordaba por meras imágenes en sus sueños y que siempre le calmaba en las peores pesadillas con una voz tan cálida y suave.
"Adonis, mi querido Adonis. Levántate y demuestra por qué te he elegido como mi campeón"
No era con sentido de exigirlo o reclamarle. Podía ver cómo en su mirada solo había un sentido de amabilidad y dulzura mientras ponía su mano en su mejilla.
Su diosa por fin había bajado a verlo y presentarse directamente ante él. Había sido tantos años que esperó este momento que sus lágrimas brotaron de nuevo.
Al final ella sonrió y terminó desvaneciéndose lentamente.
Cualquiera hubiera dicho que lo abandonó a su suerte, pero él supo de inmediato qué era lo que tenía que hacer ahora.
Si ella había venido hasta aquí a decirle estas palabras, es porque todavía tenía algo que demostrar.
No importaba qué tan pesada fuera su armadura dorada y su cuerpo, o qué tan doloroso fuera levantar sus piernas que parecían estar hechas de hierro por el peso que sentía de ellas.
Todavía no era el momento de darse por vencido. No era el momento de lamentarse y tampoco de quedarse tendido en el suelo.
Sí. No importaba quién fuera aquel rival que se le plantara enfrente. No importaba que fuera una montaña o un mismísimo dios.
Tenía que levantarse y luchar, no por él, sino para ser digno y proteger a sus seres amados.
Poco a poco fue incorporándose hasta llamar la atención de Semyazza, que antes de poder dañar a sus amigos, vio cómo se levantó por completo.
Su imagen de un caballero invencible y dorado había sido reemplazado por un caballero herido y con una armadura dañada y sucia, pero nada de eso importaba.
El yelmo que tenía puesto estaba roto y sus ojos azules estaban descubiertos ante la mirada del arcángel. Así lo quería. Quería que un ser de este calibre fuera testigo de sus ojos llenos de determinación inquebrantable.
Elevó su mandoble hasta que mirara el cielo y aunque pesara como un infierno, no lo bajó por ningún momento.
Era lo suficiente como para llamar la atención de su enemigo y mantener a salvo a sus amigos. Estaba en completa desventaja todavía y sentía como el suelo retumbaba con cada paso que daba Semyazza para acercarse a él.
Normalmente ser la carnada y dejar margen de tiempo para que tus camaradas escaparan era más que suficiente, pero en este momento tenía que dar todavía más.
Tenía que dar algo a cambio para recibir por completo todo ese poder.
Y como ya había dicho, si tenía que entregar su vida para conseguirlo...
¡Que así sea!
Un fuerte e imponente rayó cayó desde el cielo e impactó su mandoble que tenía en sus manos. Para cualquier humano hubiera sido mortal, pero para él significaba el regalo de su diosa.
El cielo se iluminó y cambió a un color dorado inmediatamente. Los vientos también se estremecieron y giraron alrededor de Adonis que se encontraba envuelto por líneas fugaces de electricidad.
Por primera vez, vio a Semyazza dar varios pasos atrás y optar por una formación defensiva.
Este momento era legendario, inédito, algo que nunca se había visto.
Un ser de otro calibre... Teniendo miedo por primera vez ante un humano.
Este poder que le había sido concedido, no por egoísmo o avaricia, sino para proteger, sería la última carta que tendría para vencer en esta batalla.