Últimamente vivía para trabajar y trabajaba para vivir...
Casi nada me deslumbraba o emocionaba.
Mi vida era absurda y aburrida.
Muchas veces me preguntaba quién era y para qué estaba aquí, finalmente no tenía nada extraordinario que dar...
Sentía ser un envace, un envace desprovisto de cualquier cualidad y sin propósito alguno...
Aunque mis días transcurrían con monotonía, encontraba refugio en dibujar... Sobre todo dragones...
Los dragones me encantaban. Era entretenido bocetear y recrearlos, había dibujado muchos diferentes.
En casa había un plato de madera tallado con un dragón hermoso, fue el que más dibujé. Algo en la mirada de ese dragón me intrigaba.
Decidí que era ése el que pondría en mi piel, para llevarlo siempre conmigo, así que cuando junté suficiente dinero, comencé una búsqueda para tatuarme...
Averigüé en Internet sobre un lugar cercano a mi hogar y emprendí el recorrido hasta allí.
Cuando llegué al local, vi en la pared varios dragones y supe que era el lugar indicado. De hecho, ese mismo dragón que dibujé una y otra vez estaba plasmado en una pared, solo que era más grande y con más detalles...
Había algo familiar en éste lugar... me daba paz...
—Conversaré con el dueño del local, con respecto a precios y tiempos en el que se podría llevar a cabo semejante obra. Si, eso haré—. Pensé mientras ingresaba y observaba todo minuciosamente, tratando de no parecer un niño embobado salivando la vidriera de una pastelería...
El local era pequeño pero acogedor.
La silla de trabajo estaba separada del mostrador de recepción por una pared de ladrillos de vidrio esmerilado. Me gustaba esa separación...
En el aire se podía olfatear un dejo a vainilla, casi que podía disfrutarlo en mis labios.
Estaba bien iluminado, pero aún así se sentía íntimo... Era como estar en dos lugares a la vez, así de ambiguo y congruente...
—Mi nombre es Gonzalo, soy el dueño y único tatuador— decía arrimando su cuerpo al mostrador.
Le dije lo mucho que me gustaba la imagen de aquel dragón, al tiempo que le mostraba todo lo que me había acompañado en papel y lo ansioso y decidido que estaba por llevarlo en mi piel.
—Por lo que escucho, no tenés dudas sobre lo que querés— dijo apretando las manos entrelazadas entre sí, sobre aquel mostrador donde había desparramado mis dibujos.
—Lo que ves sobre las paredes es parte de mi trabajo. Creo que podes apreciar, se parece mucho a lo que buscas obtener—. Desarmando sus manos entrelazadas y recorriendo con la derecha las imágenes allí colgadas.
Su aspecto físico no era ordinario. Alto, delgado, cabello corto y negro. Llevaba algunos piercings en sus orejas, remera y vermudas negras, zapatillas de diseño urbano.
Sus brazos cubiertos de diferentes dragones ya sea por diseño, tamaño, color o textura visual.
Entre ellos algunos símbolos y algunas palabras que no llegué a comprender, no estaban escritas en español... no quise observarlo mucho, no más de lo que ya lo hacía.
Me sorprendió la rigidez de su mirada,era muy aguda. Solo noté el ambarino de sus ojos cuando su rostro cruzó el umbral de la claridad sobre el mostrador.
—Va a ser un trabajo largo, por el tamaño y como querés que recorra la espalda y el torso, quizá unas diez o doce sesiones. ¿Te gustaría que probemos ahora como quedaría?— mientras recogía los dibujos y entregaba un gesto de cabeza para que lo siga a su puesto de trabajo.
Asentí de la misma forma y lo seguí.
Me pidió me acercara más y que me quite la remera para probar en la piel los lugares dónde iba a quedar mi tan deseado dragón. Me giró varias veces tomándome de los hombros, —Lo siento, mis manos están frías—escuchaba como las frotaba y hexalaba sobre ellas haciendo un cuenco y volvía a frotar.
Sus dedos eran suaves lo descubrí cuando rozaron mis lunares —Éstos deberíamos dejarlos a la vista y que resalten entre los movimientos del dragón, son muy bonitos, son parte del lienso— dice elevando sutilmente la comisura de sus labios, mientras nos miramos a través del espejo mural.
Algo cambió en su mirada, noté se había vuelto cálida y sensible. Ya no era solo una mirada rígida.
Se puso frente a mí, suspirando y esbozando una leve sonrisa. Recorrió mi torso con sus ojos, apuntando con las palmas y moviéndolas en el aire, como si estuviera pintando en su mente. El era realmente especial, todo su comportamiento era extraño, pero a su vez me resultaba sumamente conocido.
Sentía el calor llegar a mi pecho aunque no había contacto, como si estuviera frente a una fogata.
No pude evitar inflar el pecho buscando expandir mi superficie para absorber más de esa impresión.
Se sentía tan bien ser apabullado por esa oleada de energía abrazadora, no quería perder la sensación de ser acariciado de esa manera, sin contacto físico.
Cerré los ojos e incliné mi cabeza ligeramente hacia atrás mientras dejaba escapar silenciosa y lentamente todo el aire que había cogido hace unos segundos...
Había entrado como en trance, disfrutaba tanto de esa situación. Era absolutamente delirante.
—No hagas eso, por favor— Gonzalo retrocedió un paso y bajó sus manos.
No lo estaba mirando, pero mi cuerpo se sintió frío y repentinamente abandonado, así fue como lo supe...
—Me estas desarmando, mi guardia está baja en este momento y tus reacciones no me facilitan las cosas—. Ahora recompuse mi postura, viéndolo alejarse marcha atrás hasta quedar sostenido de la pared por su espalda.
Gonzalo respiraba con mucha dificultad, entrecortado y agitadamente.
Sus manos vibraban sin sesar, tamborileando los dedos contra sus muslos. Bajó la mirada tratando de recomponerse.
Hice unos pasos hacia él, pero se agitó más aún y levantó su mano derecha temblorosa tratando de detenerme.
Solo logró posarla sobre mi pectoral izquierdo, atrapando en esa palma un sin fin de repiqueteos desordenados y presurosos.
Solté un gemido ahogado, aprisionando mi labio inferior con mis dientes superiores y con mi mano izquierda tome su muñeca para que no pudiera despegarla de mi pecho. Ahora deslizaba mi mano sobre la suya y tomaba la otra con mi mano libre, para ponerla en mi cintura.
—E-sto no pue-de estar pasando.—Gonzalo abría desorbitadamente sus ojos llenos de lágrimas, mientras sollosaba y trataba de resistir la guía que mis manos obligaban a seguir.
Su respiración no podía estar más desbaratada, ahora todo su cuerpo ardía y temblaba. Lo sé porque como si fuésemos uno, sus reacciones se apoderaban de mí, calaban bajo mi cuero, copiándola como si fuera su reflejo.
También estaba agitado y tembloroso.
Abismando por más cercanía y tacto, mientras un salar acuoso recorría mis mejillas.
¿Porqué me comportaba de esta manera?
Soy una persona tímida y muy reservada, no tengo amigos ni experiencias amorosas, pero ésto... esto era algo que conocía.
No quería alejarme de él.
¿A caso el destino estaba haciendo de las suyas? ¿porqué era imposible tomar distancia?
Estábamos abrazándonos y apretando las yemas de nuestros dedos en el contrario como si se fundiesen de esa manera.
Seguíamos llorando, con el rostro ahora en las clavículas opuestas, gemíamos dolorosamente Nuestro aliento candente e impetuoso, se mezclaba con el aroma a vainilla en el aire del local.
No podía soltarlo...
No quería soltarme...
—Sempre seu—casi imperceptible dejó escapar de entre sus labios tiritantes.
Un fuego desaforado se apoderó de mi interior.
Ya no resistí.
Tomé su rostro entre mis manos, lo miré intenso a los ojos, deslicé mis pulgares para borrar el rastro de llanto en su rostro y acerqué mis labios recién relamidos a los suyos.
Era mía... Esa boca era mía y quería saborearla indefinidamente.
Con absoluta impaciencia y vigor, estrellé mis labios contra los suyos.
¡La sensación era embriagante!
Como si nos supiéramos de memoria, asoré en sus mullidos labios el manantial de emociones y sensaciones recién descubierto y que solo él pudo provocar.
Hallé un paraíso infinito en esa cavidad, que exploré largamente, sin dejar de abrazarlo , conservando el tórrido abrigo que proporcionaba su cuerpo imantado al mío.
Debía parar... Mi corazón, explotaría si no detenía ese beso.
Como pude creé espacio entre nosotros.
Desarmar ese abrazo fue demoledor...
—Ariel... de verdad sos vos— dijo recuperando poco a poco la cordura, tomó mi rostro entre sus manos aún temblorosas y me miró directo a los ojos, sonriendo ampliamente y llorando al mismo tiempo.
Cual aurora austral, sus ojos mágicamente me transportaron más allá de todo y todos.
Me ví en sus brazos, desnudo y siendo amado como nunca nadie podría siquiera imaginar.
Me encontré siendo despojado de miedos y ataduras, libre y anchamente feliz, desvergonzadamente abierto y completamente entregado.
Me ví colmado de caricias, repleto de cariño, desbordante de alegría y placer.
Me reconocí sobre su pecho, dejando mi último aliento allí, y no volví a despertar.
Hasta éste momento...
—Gonza, pensé que jamás volvería a verte...— dije suave y relajado. Comprendí que había estado dormido, flotando en algún limbo y ahora volvía a mi ser amado.
Levanté su remera con torpeza y leí esa frase que había dicho antes, junto a mi nombre tatuado en sus costillas.
—Tuyo siempre, Gonza—. Esas palabras salieron de mi boca, sin pedir permiso a mi mente.
Volví a tomar el extasiante sabor de sus labios, sabía que amaba ser cautivado por ellos y quería sucumbir ante lo que su hechizo me depare.
Me había encontrado a mi mismo, ya no era un envase vacío.
En ese local, frente a ese ser de boca arrolladora y mirada hipnótica, era un hombre casi completo.
Ahora restaba que la tinta llegara a mi piel, a través de las manos de Gonza, para llevar ese dragón en mi cuerpo.
Una vez terminado, mi alma desplegará sus alas, y así, anidará en esos brazos donde duermen aquellos, que nos acompañarán a escribir un nuevo capítulo para enfrentar juntos...