Después de seis años de ausencia, no puedo evitar sentir como si mi corazón fuese a estallar de la emoción que me causa estar de vuelta en mi país... en mi casa, y poder reencontrarme con mis padres, hermanos, sobrinos, tías, tíos, primos. En fin, con mi adorada familia.
Debido a la crisis socio económica que para ese momento vivíamos, decidí migrar, buscar nuevos horizontes y construir un futuro mejor.
Donde viviría, es un país que me ofrece un extraordinario nivel de vida, y acceso a un buen empleo con condiciones y remuneración insuperable.
Poco a poco he ido adaptándome, no es fácil, comenzar desde cero, pero trato de llevarlo sin mucho stress que pueda debilitar mi sistema nervioso, produciendo angustias, desespero, culpa, y entonces vaya cayendo en depresión.
Por el contrario, he tratado en el poco tiempo del que pueda disponer, distraerme conociendo los lugares más emblemáticos de la ciudad, museos y sitios recreativos.
Entre una y otra cosa, van transcurriendo las semanas, los meses, los años. Y es cuando observo mi alrededor detalladamente, analizo la situación, todos los logros que he obtenido, por supuesto, gracias a mi esfuerzo, lucha, perseverancia y disciplina.
Lo tengo todo. ¡Si! es verdad, pero siento que no tengo nada.
Así es, no tengo nada. De que me vale tener materialmente hablando, todo, sino lo puedo disfrutar con los que más amo en éste mundo.
Y es, cuando me doy cuenta, que lo que tanto anhelé, lo tenía muy cerca de mi. No tenía que haberme alejado para entender que cerca de mi tenía lo que buscaba, tenía la riqueza, y el tesoro más preciado que quizás muchos no tienen, o no han sabido valorar.
Ese hermoso tesoro no es otro que
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