Se sube al colectivo, saca el boleto y camina hacia atrás abriéndose paso entre las personas amontonadas cerca de la puerta de descenso del medio. Piensa en lo afortunado que es por tener que subir allí, la mayoría baja en esa parada. Divisa un asiento atrás de todo, rápidamente camina hasta este para llegar primero, aunque nadie más disputara por el lugar. Una vez cómodo en su asiento, lo nota a un metro en diagonal a él. Está mal sentado, con los pies sobre el pequeño asiento, pudo ver en su bermuda de fútbol el escudo de San Lorenzo, rápidamente intuye que venía de la cancha, que había estado entrenando o jugando con sus amigos. Lo observa con mucha atención, desviando la mirada de vez en cuando hacia cualquier cosa que pudiera para no llamar demasiado la atención ni incomodar al chico. Un par de paradas después, este se levanta para bajar, pero la curiosidad en él no desaparece, aún sabiendo que posiblemente no lo iba a volver a ver. Intenta convencerse de lo contrario, quiere tener la esperanza de volver a verlo.
Durante el resto de la semana, logra encontrárselo, siempre en el mismo asiento, siempre con la misma forma de sentarse, siempre con el mismo uniforme. Intenta sentarse siempre detrás de él. Quiere hablarle, después de todo, es un chico lindo, pero el miedo, la vergüenza y la timidez evitan que lo haga. Ya tiene experiencia con chicos así, lo mínimo que podría pasarle sería recibir insultos y prefería ahorrárselos. Aquella tarde, al subir, no encuentra ningún asiento libre, así que decide pararse cerca de él; quería aprovechar para verlo un poco más de cerca. De vez en vez, desvía la mirada a su rostro, nota una pequeña cicatriz en su mejilla que, lejos de desfigurarlo, lo hace ver más atractivo. De repente, los ojos avellana se alzan hacia él, siente las mejillas arder y mira nuevamente a través de la ventanilla intentando disimular un poco. Siente su mirada fija en su rostro, incluso puede verlo por el rabillo del ojo. El sonrojo en sus mejillas aumenta, se siente acalorado de la vergüenza que le da ser descubierto.
—Sos el chico de siempre —lo escucha decir, baja la mirada a él con timidez—. Nos vemos siempre, ¿no?
—S-sí, creo —contesta recibiendo una sonrisa por su parte.
—Tenía ganas de hablarte hace unos días, pero no me animaba. Sos muy lindo.
Siente que el corazón se le sale del pecho, piensa que puede besarlo allí mismo sin importar que los demás pasajeros los vean. Quiere preguntarle el nombre, pedirle su número, invitarlo a salir. Tal vez, terminar siendo su novio. Entonces, lo ve levantarse, haciendo que la pequeña fantasía que su cabeza había creado se esfumara por completo. Se aparta de su camino con torpeza y, mientras se acomoda en el asiento que él estaba ocupando hasta ese momento, lo ve descender. Desvía la mirada a la ventanilla. Tal vez al día siguiente juntaría el valor para hacer realidad aquella ensoñación.