Me gustaba mi novio desde hace unos años antes de que estuviéramos juntos.
Era dulce y romántico cuando estábamos juntos, y solíamos estar decididos a ir juntos por la vida.
A veces, cuando me peleaba con mis padres, iba a su casa a buscarlo y él me consolaba, estaba a mi lado, escuchaba mis pensamientos y sentía que era la persona más comprensiva del mundo.
Pero unos años más tarde, cuando él volvió de su servicio militar y yo me gradué en la universidad, nos mudamos oficialmente juntos y nuestros conflictos aumentaron. Nuestras diferentes experiencias vitales nos hicieron tener puntos de vista, ideas y formas de pensar muy diferentes.
Me puse de muy mal humor y dije cosas muy hirientes cuando discutimos, y él poco a poco se impacientó y fue incapaz de entender mis pensamientos.
Más tarde, nos acostumbramos a discutir. Antes lo que más temía era que lo ignorara, pero ahora se convirtió en que se molestara conmigo si hablaba demasiado. También empezaba a decirme que me perdiera, diciendo que no quería comunicarse conmigo.
Entonces, una vez, mi hermano nos invitó a cenar y le hizo un montón de preguntas sobre el futuro, y se quedó tan sorprendido por las preguntas que supe que no había pensado seriamente en nuestro futuro.
Después de la cena, nos fuimos juntos a casa, él caminaba cada vez más rápido, no nos tomábamos de la mano y no se detenía a esperarme.
No fue hasta el siguiente cruce que lo perdí de vista por completo, y supe que ese podría ser el fin de nuestro amor.
Pero no me arrepiento, porque lo había dado todo para amarlo.