Desde una mañana de otoño, yo recuerdo aún como era esas hojas caer de esa tonalidad anaranjada y bella, amé el otoño, lo amé.
Hasta que te conocí.
Mis días eran felices junto a ti, me mirabas y yo te la devolvía, sin palabras podía estar junto a tu lado, te quize y te amé. El silencio era nuestro mayor enemigo, amistándose con el miedo, peligroso e insaciable en callar mis sentimientos.
Ahora que te veo vestida de blanco, me pregunto como pude no haberte dicho algo en esos días de otoño.
Que me impedía reconocer que me encantabas, me importaba más tu bienestar que el mío, sea dicho de paso te veo tan contenta, sonríes y me señalas que me acerque para brindar.
El tiempo se detiene, veo mi alrededor en cámara lenta, demasiado lenta, volteo y me quedas mirándome fijamente.
No dijimos palabras algunas, solo nos miramos y te vi tan hermosa, algo no está bien, tenias la tristeza pintada que pude notar una lágrima caer.
Entendí bien que algo está pasando, no me detenía las personas en mi camino, ya no notaba la lentitud del mundo sino de la lentitud al no darme cuenta que en el fondo no puede ser un final distinto.
Tantas veces tenía en mis manos el poder de cambiar este final, lo que no sabía ella y nadie es que, este no era el primer vez que sucedía esto.
Volvió, volví, volver a aquella mañana de otoño...
Esto es mi infierno por no decirte que te amo.
Solo permanecere en este cálido momento.